jueves, 31 de diciembre de 2015

AÑO NUEVO

Iba a escribir un ensayo donde expresará las razones por las que me fastidian la Navidad y el Año Nuevo. Pero me pareció que, además de engorroso, reforzaba esa clichesuda imagen de Grinch contemporáneo que tanto se ve en los días de Internet.
Solo quiero mencionar que el cambio del calendario no debe ser razón para obligarnos a celebrar. Y que aquellos que no hacemos nada, o que no tenemos familias felices o adineradas, no tenemos porqué sentirnos mal. Ese absurdo bombardeo mediático el cual nos dice que “tenemos que pasar estas fechas especiales con la familia” es, como todos intuimos, una gran mentira.
Sé que le escribo a gente inteligente, que ya se ha preguntado por las dos cuestiones fundamentales de esta frase ¿Cuáles fechas especiales? ¿Qué clase de familia? Celebrar el año nuevo es absurdo, más sabiendo que el día que viene será igual o más terrible y miserable que el anterior. O quizás el día de mañana, el mes siguiente, el próximo semestre, sean buenos, pero no hay garantías. El futuro, como la existencia en general, es desconocido y está sujeto al caos, así que ¿para qué molestarse? Si vamos a celebrar, celebremos porque si. Brindemos por el catastrófico azar y no por el año que pasó.
El otro punto es más espinoso ¿Qué clase de familia? ¿Aquellas familias que tiene a sus seres queridos dispersos por el país o por el mundo? En una familia con estas características veo que es apenas lógico buscar una excusa para reunirse, para verse de nuevo y compartir las experiencias que ha dejado el año. Pero, en familias desintegradas, indiferentes o absurdamente normales ¿para qué reunirse? ¿Para qué transmitir esa hipócrita idea de cariño y cercanía hacia esas personas que escasamente vemos o logramos aguantar? ¿O para qué compartir una supuesta fecha especial con esas personas que vemos todos los días en nuestra vida cotidiana? En resumen, esa idea que se comunica por todos lados es una ilusión, una mentira engrandecida. Las familias no son siempre felices, unidas o tradicionales y por lo tanto no siempre tienen que estar celebrando juntas en estas fechas.
Hacer nada o salir con personas que no sean la familia son otras opciones para esta época, y nadie debe sentirse mal por acostarse temprano o por salir de fiesta un 24 o un 31. A fin de cuentas son días comunes y corrientes, como lo han sido y lo serán siempre, desde que el universo estalló y hasta que éste se vuelva a contraer o sea aniquilado o pase lo que tenga que pasar.
Les deseo a todos unas vísperas sin tedio, en las que sus celebraciones sean por su propia elección y no por la presión de una familia contagiada del frenético afán meloso de celebrar una fecha sin sentido.
FELIZ AÑO


viernes, 27 de noviembre de 2015

INSECTARIO



Bajo la sombra opresora de tu lecho,
aquí estoy.
Soy sólo un extraño y arácnido insecto
que se esconde bajo tu silueta.
Allí estoy, acostada junto a ti,
esperando a que duermas,
que te envuelvas con tus alas en el sueño del celta:
la exploración de mis patitas que te caminan cada retazo.
Tú, un fuerte y espartano escarabajo,
de los de antes, de los guerreros.

Una señal me indica tu descenso,
seré no más que la extraña especie que se aprovecha:
te anudaré entre mis redes,
te envolveré de forma fractal;
seremos el espejo del caos.

Despertarás sin rumbo fijo,
escarabajo sonámbulo,
paciente vendado en mis mil olores,
escarabajo incapacitado,
sedado por el sudor de mis venenos.

Mientras tanto, en silencio, lloras tu sangre que es mi alimento.

¿Cuántos versos debo al viento antes de que te desanudes (desnudes)?
El viento que quiere salvarte: sacude esta telaraña que no es más que nuestro santuario.
Escarabajo detentor de mil andanzas,
sólo puedo ver sobre ti visos escarlatas,
y el sol fijándose en el urdir de nuestras miradas.

sábado, 21 de noviembre de 2015

LO SINIESTRO


El laberinto que María Iribarne se construyó a sí misma.
Desde afuera es una construcción simple
de fachada insondable;
por dentro,
el laberinto de El Resplandor,
el habitáculo orbital.

Piénsese dicho hotel tal como
el cuerpo de María:
las escaleras que interceden tal como
las costillas, 
arrastrando la tortura            :          el colorido tapiz de las mentiras;
pero también las emisiones invariables
el desespero por  la estructura...
-¡De repente, el cuerpo se estremece y los pies se postran en el hígado!
El grito de Munch pasa a primer plano. 

El dolor de la transmutación. 
Jack Nicholson sólo vagaba nauseabundo por el hotel.
De pronto, se veía bajando las escaleras, decidido, pero encontrándose de nuevo –sumiso ante el caos- en el mismo piso. 

-¡De repente, los pies 
(que ya habían retornado a su sitio original) 
se unen!

La incapacidad de caminar
¿Cuáles pasos en falso?

El desespero por la estructura,
la consumación kafkiana del tiempo:
la imprecisión,                         insecto diminuto,                                    incapaz;
la eterna posibilidad de resbalarse y caer patas arriba.

                 -Las monstruosidades, evidentemente, simbólicas:
                       un insecto como Samsa en el hotel de El Resplandor.


sábado, 7 de noviembre de 2015

AHORA

Esto es lo que yo llamo poesía académica o basura:

Ahora que estoy tranquilo no escribo poesía
no escribo cuentos
no escribo ensayos
no escribo manifiestos
no escribo nada.

Ahora que soy una persona más centrada,
evidentemente más feliz
y mucho menos miserable
he dejado de pajearme
pero me drogo más.

Ahora que me quiero un poco
evito la soledad autoimpuesta
y a pesar de la ansiedad
intrínseca al acto socializador
disfruto de los monólogos colectivos
y de los pequeños dramas ajenos.

Ahora que soy más responsable
procuro embriagarme más
faltar menos a clase
hacer todos mis trabajos
y como dice mi familia
“ser alguien en la vida”

Ahora que soy más maduro
he olvidado por completo
aquella estúpida idea
de vivir rápido
morir joven
y dejar un bello cadáver.

Ahora que soy otro tipo
me pregunto
si en realidad
 esta serenidad es la vida
o una tediosa imitación de ésta.


¿Acaso no me he convertido ya
en todo aquello que odio? 

VALER LA PENA

En algún momento de mi adolescencia
y luego de haber negado a dios
(con dos pajas de esfínter ardiente
y medio litro de solitario aguardiente)
me di cuenta que mi vida
no era sino el remedo de una vida
el caparazón nacarino
de un frágil crustáceo sin exoesqueleto
la delgada membrana translucida
de un globo en una fiesta infantil.

Y luego de percatarme de ello
decidí que en mis poemas
o textos de naturaleza académica,
literaria o política,
 no utilizaría nunca más las palabras:
patético
ridículo
estúpido
por su clara naturaleza juvenil y pretenciosa
por su consensuado sentido refinado, irónico
y hasta poético.

Como es predecible, fallé en esta empresa.

Años después, quizás saliendo de esta etapa,
con la imagen nauseabunda de un dios muerto en mi cabecera
y doscientas cincuenta y tres fotografías y postales
pegadas en la pared
semejantes a las moscas y zancudos
que solemos estampar contra los muros
y que dejan su indeleble marca de sangre putrefacta,
pensé en la pregunta  esencial del universo
la vida y la existencia.

Aquella noche me pregunté:
¿Valía realmente la pena
estar ahí,
echado en la cama.
“existiendo”?
¿Qué estaba haciendo yo,
despreciable sujeto,
para que mi vida valiera la pena?
Es más,
¿Valía la pena desde un principio
intentar hacer que vivir  valiera la pena
sabiendo que a fin de cuentas
nada en el Universo
vale la pena?

Me dormí pensando la respuesta.

Así una y otra vez durante mil noches.

A la noche mil y una
llego a mí tan anhelada respuesta
como un trueno omnipotente
que traspasó, diáfano
las brumosas nubes de mi duda
y se resumía
de forma sintética y perfecta
en esta breve frase:


¡SANTIAGO, COMA MIERDA, CONSIGA TRABAJO!

miércoles, 12 de agosto de 2015

Sobre la escritura académica

Llevo mucho tiempo sin escribir realmente. Muchos me dirían que me la paso escribiendo, que la carrera solicita continuamente estar produciendo textos para la revisión del conocimiento aprendido, pero no. Ante estas afirmaciones no me queda más respuesta que referirme a esos textos como simples ejercicios vacíos de reflexión espiritual; sucesiones de letras desnudas, llenas de contenido intelectual, pero despojadas de toda pasión o emotividad. ¿Qué sentido tiene escribir de esta forma? La escritura académica no es escritura, es verborrea. La verdadera escritura implica alma, corazón y muchos huevos. 

miércoles, 22 de julio de 2015

Esto es orgánico

Yo voy a desmembrar al poema 
quitarle tus ojos,
tus piernas,
cortar el ombligo,
romper tus labios,
evitare que sea una clase
de anatomía bajo la luna,
el cielo estrellado,
otoño,
invierno
o las demás estaciones climáticas
que no conozco
pues a duras penas se
del fenómeno del niño…
ese que juega futbol
con el moco encarnado en la piel
y tiene la vida comprada
o por lo menos la marihuana
de todas formas todos
los niños ahora son drogadictos.
Yo voy a desnudarte
pero no textualmente
eso sería una maricada
algo así como un pajazo
Voy hacer del poema
algo desechable
por lo menos
más desechable que el amor.

Jonatan Jiménez Ácido
(Bogota D.C, 30 de Julio de 1992 y todavía no ha nacido)

lunes, 8 de junio de 2015

Aro dorado

No puedes pretender
que tus amigas torpes
hagan los mismos giros acrobáticos
que haces tú.

Ellas no tienen esa torsión muda
Ellas no tienen esa sensualidad oculta.

Aquella flexibilidad latente
apenas perceptible
en aquellos gráciles músculos
de matices rosa-amarillos
 hipnóticos traicioneros.

Resaltas con tu zigzagueo
en medio de tus torvas amigas
y aunque lo niegues a muerte
en medio de tu falsa inocencia
sabes bien que es así
y te aprovechas de ello.  

Tu inocencia es solo una pobre mueca
Tu hipocresía a veces no tiene límites.

Siempre que te encuentro
y me miras con ojos de antílope
lloras porque una manada de lobos
quiere hacerte la vuelta
clavarte los dientes
sorberte los pechos
devorarte desnuda
y me lo dices a mí
a sabiendas de lo implicado.

Yo también te deseo con hambre animal
Yo también mataría por una noche de celo.

El anillo en el que te sumerges
siempre ha tenido una solución lógica:
renunciar a tu dulzura
en virtud de tu supervivencia
despojarte de tu divinidad
cómo el patético dios en el que crees
aun a expensas de tu gloria.

Tu y yo sabemos que no estás dispuesta a ese sacrificio
Tu y yo sabemos que adoras ser adorada.

Por lo tanto tu soberbia será castigada
con el abandono de tus sosas amigas
con el resentimiento de tus frustrados amantes
con mi intermitente pero indispensable presencia
con tu peculiar, imaginaria y dolorosa pena
la misma que atormentaba a algunas monjas medievales:
la maldición de haber sido creada bella
por un dios sanguinario y lógicamente imposible
prohibiéndote el placer carnal
pero exhibiéndote frente a nosotros
pobres victimas del sistema
como una zorra inalcanzable
la más preciada perra de la jauría
la más deliciosa obra
de una maléfica mente pecadora.

Pero la revelación es la siguiente:

Tu eres tu propio y asqueroso dios
tu eres la que niega el precioso tesoro
tu eres la maléfica mente pecadora
tu y tus endemoniadas curvas.

Y al otro lado estoy yo
yo y mi irremediable resentimiento
yo mis monstruosos celos
yo y mi desbordado deseo
yo escribiendo sandeces
mientras le entregas tu sexo abierto
a ese cretino remedo de circo
que te incitó a hacer los mismos giros acrobáticos
que en la tarde de María
Santa Juana
me obligaste a arremedar
solo para disfrutar de mi humillación
antes de irte con un frívolo abrazo
y un triste y vacío adiós.


jueves, 21 de mayo de 2015

Tigre

Buscarle otra raya al tigre sería necio
un gran hombre nace cada mil años
un gran poeta cada dos mil
y uno es un tonto mediocre
que plasmas sus pataletas nocturnas
en pequeños trozos
de papel higiénico.

Encontrarle otra raya al tigre sería imposible
aunque parece posible
encontrarle una mancha al jaguar
una pluma a la paloma
un corazón más a la lombriz
pero nunca otra raya al tigre.

Borrarle una raya al tigre sería inconveniente
además de ser virtualmente imposible
ya que está plasmada
con la tinta gris de la memoria
que es y no es.

¿Existe realmente la raya?
Claro que si
¿Cuál es su apariencia, forma,
color o textura?
Imposible saberlo, simplemente es.


Y luego de mucho cavilar
decido buscarle, mejor,
otra pata al gato
no para alimentar la paranoia
más bien para calmar la angustia
distrayendo mi perturbada psique
con la trágica historia
de una perra
tirada en la calle. 

lunes, 11 de mayo de 2015

Negro Mate

Hay que brillar el oscuro metal
-negro mate de fabricación-
para poder combatir con ahínco
algunos de los males
expuestos a continuación:

A)     La presión solido-liquido-gaseosa
de las tuberías cárnicas
invadidas de mierda
hasta el tope dental 

B)      Las afiladas piedrecillas que vuelan
impulsadas con ímpetu
por la guadaña magnética
de un malvado operario 

C)      La prepotencia de aquellos dioses falsos 
que sabiendo de su brillante ego  
lo proyectan a través de gordas lupas
y mortifican la vida
de minúsculos insectos sin ambiciones



Lo trágico en verdad
no es saber que el mundo está por terminar
o que este texto
no es sino la sucesión arbitraria
de palabras grandilocuentes
(significado que aun dudo)
sino el hecho de no encontrar
en algún rincón
gancho
o cuerda
un trapo limpio
que me permita brillar el oscuro metal
negro mate de fabricación.

miércoles, 22 de abril de 2015

I

Por una putita

Son las dos y treinta a eme
y yo intento escribir un poema que los haga vibrar,
y descubro que no he encontrado el acento
para hacerme vibrar

Son las dos y treinta y dos a eme
y en el mundo -el mío-
reina el silencio
y las palabras -las mías-
no tienen cadencia, no tienen gracia
-la suma de las sílabas las frases
y las,
comas- no significan

son las dos y treinta y cuatro a eme
y escucho el relojero y a su segundero
cantarme los segundos
uno, tras otro tras otro,
muestran la sonoridad
de mi vida,
un sólo tono un sólo tempo,
no hay melodía

son las dos y ya casi serán las tres
de otro día
y yo aún sigo intentando sacudirlos
-intentando sacudirme-
con alguna frase emotiva
que les - me-
deje tieso el corazón
que les -me-
sacuda las tripas y el rencor
que les -me-
agrade escuchar
para poder ignorar
el sonido del
reloj.

miércoles, 15 de abril de 2015

El Hippie y el Mercenario

Una pobremente argumentada apología a la violencia

El mundo está mal y lo sabemos. Pero ¿Cómo cambiar verdaderamente el modelo económico y político del planeta? Desde hace muchos años se ha dicho que la educación es la solución, y vea, seguimos en las mismas. Los activistas creen firmemente en la acción popular, en las manifestaciones, en el trabajo local; y vea a donde nos han llevado las marchas y los plantones. Otras personas, menos abiertas al dialogo, creen que es la violencia (legitima o no) la única que nos puede traer un cambio, y vea las barbaridades que han hecho. 

En lo personal creo que todos están orinando fuera del tiesto, aunque los últimos se acercan mucho a la verdadera solución. ¿Violento? Si, quizás un poco. Pero veamos el problema con atención.

El sistema económico y político es muy grande como para que un simple mortal venga a cambiarlo de la noche a la mañana. Sin embargo es evidente que este cambio es necesario y es urgente. Para dentro de algunos años el planeta no va a dar a vasto y será imposible sustentar la especie. El capitalismo nos ha hecho sus esclavos: las generaciones son cada vez más estúpidas y la tecnología va aumentando su dominio año tras año. Ayer fueron los teléfonos inteligentes, hoy la ingeniería genética y que alguien se apiade de nosotros para mañana. Razones sobran para argumentar la necesidad de un cambio.

Ahora bien, haciendo un recorrido concienzudo de la historia de la especie humana, es apenas evidente que es el ejercicio de la violencia el que determina no solo la configuración de los Estados modernos, sino la misma condición de la vida biológica. Violencia en todos los sentidos: tanto física como simbólica. Por eso es que mi propuesta consiste en hacer uso de esta violencia para salvar este mierdero. Y propongo que sea violencia de la de verdad, de la que sirve, de la de bombas y pistolos.

Seguramente a este punto las mentes más pacificas de nuestra sociedad ya habrán pegado el grito en el cielo. Pero les digo, no se afanen. Aun queda más para leer y un poco por reflexionar. Siéntense y lean con atención.

Ahora bien, la tesis del problema reside en responder de manera correcta la siguiente pregunta: Entre un mugroso hippie vegano y un mercenario bien entrenado ¿Quién podría aportar más en la construcción de un mundo mejor? Por razones obvias la mayoría de personas respondería que el hippie es la persona más adecuada, ya que en él están los valores de la tolerancia y el respeto necesarios para una convivencia en armonía con el medio ambiente y con sus congéneres.

Suena la bocina, la respuesta es incorrecta.

¿El mercenario?  

Si, el mercenario. Para construir primero hay que destruir, y si de destruir se trata, un mercenario es la mejor opción. Más aun teniendo en cuenta que no es cualquier florero viejo el que hay que romper, sino un complejo y repúgnate sistema económico y político que lleva décadas arraigado al planeta.

Cuando la infección es fuerte, el antibiótico debe ser más fuerte.

Pongamos un ejemplo: Hay una manifestación en Europa (o cualquier parte del mundo) porque el FMI (O cualquier entidad de control) se los está culiando a todos. Miles y miles de personas indignadas y conscientes del problema se unen en una voz para demostrar su inconformidad frente a las medidas. Las fuerzas del orden arremeten contra los manifestantes y empiezan los disturbios. Hay heridos por parte y parte, pero a la hora de la verdad no se logró nada, las leyes siguen jodiendose a la gente y los poderosos siguen arriba. En otras palabras, lo que sucedió fue un derroche de violencia gratuita, completamente insubstancial y sin ningún efecto tangible.

Las personas indignadas ahora hacen un plantón frente a la sede del banco (o la empresa o el gobierno) para exigir que su voz sea escuchada. De nuevo sucede lo mismo, llega la fuerza del orden, los ánimos se caldean, hay violencia, muertos y heridos, pero ganan el organismo mejor equipado y entrenado. La policía ratifica a través de la fuerza la dominación de ese puñado de cerdos manipuladores que están arriba.

Al final del día el hippie llora de impotencia, el policía descansa en su casa con su familia (y su mente perturbada) y el político, el banquero y el empresario disfrutan del mejor champagne del mundo mientras planean cual será su próximo golpe para quedarse con todo. Recordatorio rápido: ni los políticos, no los banqueros ni los empresarios tienen alma.

¿De qué sirvieron las pancartas, los trinos, los posteos y las arengas del hippie? De nada. Igual lo hirieron, igual se crearon leyes para joderlo, igual va a salir perdiendo.

Ahora visualicemos el panorama con un grupo de mercenarios contratados específicamente para una misión: asesinar a sangre fría a todos  los cerdos involucrados con la medida diseñada para joder a la gente y destruir cualquier soporte físico o virtual de la ley. El mercenario no tiene nada que perder, ha entrenado y está perfectamente equipado, además para eso le pagan, para matar.  

Al final del día el mercenario está fuera de las fronteras del país, el hippie ahora puede concentrarse en la construcción de sus descabelladas utopías, y el banquero, el político y el empresario están donde deben estar. Imaginen eso multiplicado por mil, bombas en Wall Street, en Frankfurt, la Casa Blanca ardiendo, la sede de Naciones Unidas en ruinas… el más bello inicio para un mundo mejor.  

En conclusión, es más útil un mercenario que un maldito hippie vegetariano progresivo e intelectualioide. 

Oigo los aplausos y los gritos de júbilo, pero también las voces de exaltación e indignación.

Muchas personas creen que es la responsabilidad del ser humano, como animal dotado de inteligencia, lenguaje y cultura, cambiar el modelo bajo el cual se ha regido la historia de la vida desde sus principios. Crear una sociedad justa, en el que no sean los viles instintos los que nos dominen sino la tolerancia y el respeto por los derechos humanos, en donde todos los seres humanos puedan lograr la plenitud, en el que no sea necesario el asesinato de animales inocentes para asegurar la subsistencia alimentaria de la especie, en el que la tecnología esté al servicio de la salud y el bienestar, en el que la democracia sea directa y efectiva, en el que nuestra existencia pueda desarrollarse en armonía con la de los demás seres vivos. En fin, el paraíso en la tierra. Y claro, comparto esa visión, pero no se puede negar la olla de inmundicia que tenemos en frente. Nada va a cambiar hasta que el modelo actual sea completamente destruido.


Y si no tengo razón, ¿Dónde están los hippies cuidando a este rinoceronte blanco? Porque lo que veo en la fotografía son guardabosques bien armados y entrenados y no un puñado hippies bienintencionados con pancartas pidiendo el favor. Jaque mate. Si de verdad quieren cambiar al mundo hagan las cosas bien: métanse al Ejército, entrenen fuertemente, cómprense unas buenas pistolas y cárguense un puto banquero o un asqueroso político. Créanme, la humanidad entera se los agradecerá. 

martes, 31 de marzo de 2015

HOMENAJE A ANDREAS LUBITZ

El choque del Airbus 320 de Germanwings en los Alpes franceses ha causado conmoción alrededor del mundo. Según las investigaciones, el responsable del siniestro fue el copiloto de la aeronave, Anderas Lubitz, quien aprovechando la salida del piloto al baño, bloqueó la puerta de la cabina e intencionalmente activó el mecanismo de descenso ocasionando el choque.

Según las cajas negras, el piloto, junto con algunos pasajeros, intentaron desesperadamente abrir la puerta de la cabina del avión. Dicen los diarios que en las grabaciones se escucha la alarma de pérdida de altitud y los gritos angustiosos de los pasajeros. Luego de 8 minutos, la aeronave se estrella a más de 700 Km/h contra los Alpes, desintegrándose con 150 personas en su interior.

Una bomba mediática estalla. Junto a las investigaciones, los medios divulgan el proceso que llevan las autoridades. Luego de haber descartado un atentado terrorista o una falla mecánica toda la culpabilidad recae sobre el copiloto. Las cajas negras han hablado. El silencio que guarda Andreas en las grabaciones, mientras el capitán intenta forzar la puerta lo dice todo.

 La vida de Andreas se transforma ahora en el eje central del suceso. La gente discute, lanza hipótesis, se pregunta, se indigna, se sorprende, se ofende. En las cadenas televisivas hablan los pilotos, los psiquiatras, los presidentes y los técnicos. Los índices de audiencia suben, el suceso logra alimentar la morbosa necesidad de las masas por misterio, por intriga; no hay mejor telenovela que la realidad. Todos se preguntan: ¿Cómo un tipo común y corriente termina estrellando un avión lleno de personas en medio de los Alpes? ¿Qué clase de monstruo era el copiloto para estrellar un jodido avión contra las montañas? ¿Qué clase de enfermo se quita la vida junto con 149 personas inocentes?

El mundo juzga a Andreas, por enfermo, por loco, por villano.

Para mí, Andreas oscila entre el mártir y el héroe.

Él representa lo que significa vivir y morir en el universo caótico; ser víctima de la cruel y deshumanizante maquinaria a la que nos hemos sometido por voluntad propia; ser un héroe devastador y valiente, rompiendo con todos los esquema morales y sociales,  tomando las riendas de la libertad, con la clara consciencia de las repercusiones de sus actos.

La gente se preocupa justamente por las consecuencias de su accionar, buscan encontrar los motivos que lo llevaron al suicidio y al asesinato. Pero intentar de comprender estas acciones es fútil, ya que en la lógica interna de este fenómeno no podemos encontrar sino las contradicciones propias de lo que significa ser humano, es decir, ser caos organizado. Las razones nunca serán suficientes: desprendimiento de la retina, frustración profesional, sensación de mediocridad existencial, necesidad de reconocimiento, inconformidad frente al establecimiento, depresión clínica...  Las investigaciones seguirán y se descubrirá más y más sobre su personalidad y sus dolencias, pero nadie podrá entender la suma de factores que llevaron a tal desenlace.

Y no se podrá comprender, además, porque serán los mismos causantes del mal de Andreas quienes juzguen el hecho. Y estos no se verán a sí mismos reflejados, sino que verán el rostro de un sujeto triste y agobiado que increíblemente logró pasar desapercibido todos sus estándares y pruebas de felicidad y funcionalidad para recordarles con una estrepitosa explosión en medio de los Alpes que él es el hijo legitimo hijo de la angustia y del sinsentido. El hijo del mundo contemporáneo.

Su regalo en forma de explosión  nos ha llegado como un recordatorio del ahogamiento al que nos conduce este mundo corporativizado, feliz, organizado y eficiente.

Así mismo, otro punto en verdad interesante no es el hecho de que las personas al interior de la aeronave hayan muerto, porque gente muere todos los días, sino la experiencia que tuvieron antes de morir. Andreas le regaló a la tripulación los 8 minutos más intensos de todas sus vidas. Sus últimos 8 minutos para que se debatieran entre la rendición ante el fatídico destino o la lucha inútil contra la puerta de seguridad. 8 minutos en los que la incertidumbre de desaparecer al siguiente segundo inundó las tripas y las consciencias de los tripulantes. 8 minutos para pensar en el pasado, el presente y el inmediato y trágico futuro.

Creo que todos deberíamos tener 8 minutos como los que tuvo la tripulación del Airbus 320; 8 minutos para reencontrar nuestra vida, escondida bajo la pesada farsa de las instituciones, el dinero y las posiciones sociales.

Y sin embargo él no flaqueo frente a los ruegos agónicos del capitán y el resto de la tripulación, sabía que una vez tomada la decisión ya no había marcha atrás, por eso no abrió la puerta. Sabía que, junto con su muerte, también se irían 149 personas con familias, sueños y proyectos.

“¡Por el amor de Dios, abre la puerta!” Gritaba el piloto. ¿Amor a Dios? ¿Cuál Dios? ¿Acaso estuvo ahí para rescatar a todos esos inocentes pasajeros? Contemplen el abandono de las deidades.

Sinceramente, el valor de Andreas Lubitz no tiene comparación. Muchos dicen que un suicida es un cobarde, pero en realidad es el mayor y único acto de verdadero valor que uno puede realizar en la vida; más si es llevándose a 149 (y si es posible más) personas en el proceso. Cualquiera que diga que Andreas es un cobarde es un mentiroso, un pobre aficionado a los discursos de mediocridad optimista.

En fin, quizás lo más loable de todo es que Andreas no hizo lo que hizo en nombre de alguna causa ideológica o política. No hubo discursos más grandes que si mismo y su dolor. A fin de cuentas, lo hizo en nombre de su desesperación, lo hizo en el silencio de la convicción, impulsado por la inagotable angustia propia de la humanidad.


Él es mucho más que un caso psiquiátrico, un enfermo mental. Andreas Lubitz es un profeta de nuestro tiempo. 

jueves, 26 de marzo de 2015

Torcazas

O una narración extremadamente ociosa


La ventana de mi cuarto da hacia las tejas del patio de los primeros pisos de apartamentos en donde vivo. En este espacio, de aproximadamente 12 metros cuadrados, he logrado ver un par de escenas interesantes. Y no me refiero a las que podrían protagonizar mis vecinos, cuyas ventanas también dan hacia este patio y quienes protegen su accionar con pesadas cortinas, sino a las que interpretan las aves del sector.

La sensación de soledad de este lugar en las mañanas llega a ser opresora. Es el silencio de las áreas residenciales, la soledad de las pocas ropas que cuelgan algunas amas de casa, el abandono de los hogares por parte de las familias trabajadoras y estudiosas, son las no-acciones que configura la sensación de muerte matutina. Yo, un madrugador del ocio, encuentro mi único consuelo y compañía en las aves que vienen de paso a este minúsculo espacio.

Si, han sido historias de pájaros las que me han hecho pensar en los últimos días. La más reciente corresponde a una pareja de torcazas que establecieron su nido en el soporte de una canaleta para aguas lluvias. Ciertamente este es un espacio adecuado para montar un nido, ya que allí he visto como en repetidas ocasiones otras parejas de torcazas multiplican su progenie.

Sin embargo, esta parecía una pareja de padres primerizos. Durante los primeros días, y antes de la temporada de lluvias, las aves empezaron a traer todo el mobiliario necesario para el nido. Y aunque disto mucho de ser un ornitólogo consagrado, mis tímidas observaciones de barrio me han permitido establecer que el tiempo de construcción de un nido es mucho más corto que lo que estas aves se tomaron.


Para cuando el nido estaba terminado, la temporada de lluvias comenzaba. Y aunque contento por mis nuevos acompañantes, temía un poco por su suerte. Seguramente empollar en tan difíciles condiciones de humedad y temperatura implicaría una mayor demanda calórica y por lo tanto un esfuerzo mayor. Pensé en ayudarlos, pero mi conciencia me detuvo, argumentando que este era el ciclo de la naturaleza y que debía respetarlo, sin importar su desenlace.

A pesar de las difíciles condiciones, la pareja logro llevar a feliz término la primera etapa de la crianza. No obstante, me sorprendió ver que en el nido solo había un recién nacido, cuando la regla general es una pareja o un trío de polluelos; seguramente un huevo se había echado a perder. Ignorando esta pequeña tragedia, me decidí a seguir observando cómo lidiaban con esta nueva criatura.

Por lo menos durante cuatro días las cosas se dieron sin contratiempos. El polluelo chillaba, los padres llegaban, lo alimentaban y le daban calor. Aunque llovía a cantaros, los padres no dejaban sus puestos de guardia: se estaban comportando a la altura.

Pero al quinto día una sensación de desconcierto me invadió: sin haber competencia el polluelo se había caído.

Me pregunté, ¿Cómo carajos sucedió esta estupidez? Por lo que sé, cuando hay dos o más polluelos y la competencia para sobrevivir se vuelve más intensa, una de las crías es empujada fuera del nido y muere por el impacto contra el piso, dejando así el camino libre para la criatura más fuerte. En este caso, y habiendo solo una cría, me pareció increíble que se hubiera caído del nido. ¿Qué clase de movimiento brusco cometieron los padres de la indefensa criatura? Ahora la pequeña ave chillaba entre las tejas plásticas del patio de los vecinos, sin la protección del  nido, ubicado unos cuantos metros más arriba.

Los padres, por ese poderoso instinto natural que caracteriza a los seres vivos, siguieron proveyendo a la criatura de comida. Refugiado en un pequeño agujero entre el desagüe y la teja, la pequeña ave se acurrucó, mirando con miedo al extraño sujeto que salía de la ventana de al frente únicamente para observar cómo sus padres le alimentaban. Afortunadamente para todos, aquella noche no llovió, así que supongo que todos durmieron en paz.

A la mañana siguiente, y antes de salir a realizar mis tediosas responsabilidades, revisé el estado de la familia. Vi que el polluelo seguía en la teja, y que por su plumaje seguramente aun faltaban por lo menos un par de semanas para que llegara a volar. Les miré con compasión, seguramente el pichón no alcanzaría a sobrevivir y los padres se habrían esforzado en vano todas esas semanas. Entonces se despertó en mí un dilema: ¿Debía ayudarlos? ¿Por qué habría yo de intervenir en el ciclo natural? ¿Quién era yo para demostrar compasión frente a una pareja de padres que habían hecho mal su trabajo? ¿Qué derecho tenía yo para ponerme por encima de la naturaleza? ¿Mi condición de ser humano, racional y cultural? ¿No sería cruel mostrarme indiferente ante esta situación? ¿No era la vida de una pobre inocente criatura la que corría peligro? Supongo que estas no son las reflexiones que atormentan a la gente normalmente, pero en mi caso, la intervención sobre el ciclo natural me pareció trascendente.

Y aunque mi mente resolvió dejar que las cosas sucedieran como debían suceder (la respectiva muerte del pichón), mis manos se encontraron lanzando pedazos de pan sobre las tejas, con el fin de que los padres no tuvieran que esforzarse mucho en la recolección de comida para dársela al pichón.  Tristemente aquellas torcazas tomaron mi acto con desconfianza, y volando hasta las tejas más altas, observaron con atención mis movimientos al interior de mi habitación, como esperando a que me lanzara sobre la indefensa cría. Frente a tal indiferencia pensé que mejor me hubiera sido continuar en mi papel de observador que haberme inmiscuido en los asuntos que no me competían. Monté mi bicicleta y salí de mi casa, olvidando por completo el pequeño drama que dejaba atrás.

En la noche, la lluvia, el cansancio y el tedio me obligaron a llegar directamente a mi cama, sin tener tiempo ni espacio para pensar en las aves que anidaban en el patio. Dormí como un bebé aquella noche. 

Con las primeras luces de la mañana atravesando mi cortina verde, y los fuertes retorcijones que caracterizan mi mala digestión, entré en una especie de sopor previo al despertar. En medio de aquel estado alterado de la conciencia escuché unos golpecitos afuera, como de un ave comiendo las migajas que se le dejan en la cornisa. De inmediato pensé que los padres del pichón habían aceptado mi regalo y la crianza continuaba. Entonces recordé que aquella noche había llovido torrencialmente y pensé en el pobre pichón. ¿Habría sobrevivido a aquel diluvio? ¿El frío de la mañana lo habría matado? ¿Sus padres se habrían encargado de protegerlo? Para la tranquilidad de mi morbo todas las respuestas que necesitaba estaban a una cortina de distancia.

Al correr la pesada cortina me di cuenta que todos habían desaparecido, tanto el pichón como los padres. No había cadáver. Es probable que los vecinos, dueños de la teja, hubieran recogido el cadáver del pequeño polluelo para evitar malos olores. La canaleta de aguas lluvias parecía vacía, y el pan que había tirado el día anterior ya no estaba allí. En lugar de las torpes torcazas había una pareja de golondrinas acicalándose graciosamente sobre las cuerdas para tender la ropa. Era como si la naturaleza me dijera que podía ser tan bella como hostil.


Y en efecto, la naturaleza es una construcción caótica.