miércoles, 11 de junio de 2014

Reflexión a una mañana soleada



     Son quizás las ganas de no hacer nada a la larga. De extenderse bajo el sol que acaricia los prados y dormitar allí hasta que la fría brisa que precede la lluvia me despierte. Es quizás la alegría que me genera ver las nubes pasar lentamente, como monumentales navíos de un mar que tiende hacia el infinito (literalmente).O quizás son estas ganas de admirar el contraste de todo el conjunto natural, como una gran acuarela que se extiende ante mis ojos y que incluye unos preciosos arboles cuyas hojas brillan radioactivamente cada vez que el sol las atraviesa con sus poderosos rayos del pasado. Las nubes siguen pasando y yo lo admiro todo desde la distancia, a través de un vidrio de cuatro metros que me separa de todo lo que quiero, del tiempo libre con que sueño.
     Son quizás también las cosas  malas las que me impulsan a escapar mentalmente del trabajo. Es quizás el sujeto que está en diagonal a mí, con su monumental nariz, sus ojos grandes, sus cejas pobladas, su peinado ridículo y su extraña barba, todo ubicado en un cráneo desproporcionadamente pequeño y puesto sobre un cuerpo escuálido y alargado. Quizás no sea su morfología de árabe famélico, sino sus movimientos, o más bien sus actitudes delatadas a través de sus movimientos. Cuando este sujeto llegó a sentarse en el computador en el que trabaja ahora, sacudió el teclado para sacarle todos los desperdicios que allí se acumulan. Luego, con una hoja de periódico, botó los residuos de piel muerta y residuos que habían caído del teclado en la mesa de trabajo. Acto seguido sopló la mesa y el teclado para finalmente ponerse a trabajar.
     Una actitud así de psico-rígida  me exaspera muchísimo. No puedo concebir personas que sean tan meticulosas, controladoras y obsesionadas con detalles tan minúsculos del existir.
      Son quizás esas razones, la meticulosidad y la rigurosidad, por las que no puedo soportar a las personas estudiosas. Buscan el control máximo por medio de la rigurosa planeación. Todos y cada uno de los elementos de su actividad intelectual deben estar subordinados a una planeada racionalización de sus actos. Los tiempos, la hora de lectura, hora de inicio del estudio, hora de la escritura, momento para el tinto, pausa activa y regreso al trabajo. El espacio de trabajo también está organizado con esmero y detalle. No puede existir libro o papel fuera de su sitio, todo está ubicado milimétricamente de forma organizada para no estorbar. Justamente mientras pienso esto el joven árabe realiza su pausa activa y se come una barra de arequipe con chocolate y maní.  
     Esta gente me saca de quicio.
    Regreso pues a mi labor contemplativa y procrastinadora. Vuelvo a elevar mis ojos hacía el pedacito de cielo que me es regalado y contemplo como las nubes siguen su camino con tranquilidad. Una par de golondrinas vuela alrededor de las copas de los arboles, casi como intentando seducirlas para que salgan a volar junto con ellas. Mucho más arriba, pero no tanto como las nubes, pasa una bandada de patos canadienses que justamente para esta época regresan del frío que empieza a azotar las tierras del norte ¿O están llegando? Para ser sincero no se qué estación debe ser arriba o abajo. Simplemente sé lo que son y sé lo que buscan, un lago lleno de plantas acuáticas y pequeñas alimañas que les sirva de hábitat mientras cumplen sus ritos de cortejo y apareamiento.
     Ahora las nubes se empiezan a arremolinar en lo alto del cielo. Como lo predije en mi visión somnífera, pronto vendría el viento de lluvia. Más tarde, la llovizna y por último, la granizada. Respiro hondo e intento sentir el aire frío que se mueve afuera de este recinto. A pesar de no tenerlo en mi rostro puedo sentir el viento por pura sugestión, por pura provocación psíquica, por puro deseo de ser libre, en la tierra, en el cielo, como las grandes naves de vapor acuoso que son las nubes. Libre, como el frondoso árbol que deseo ser luego de morir.

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