Son quizás las ganas de no hacer nada a la larga.
De extenderse bajo el sol que acaricia los prados y dormitar allí hasta que la
fría brisa que precede la lluvia me despierte. Es quizás la alegría que me
genera ver las nubes pasar lentamente, como monumentales navíos de un mar que
tiende hacia el infinito (literalmente).O quizás son estas ganas de admirar el
contraste de todo el conjunto natural, como una gran acuarela que se extiende
ante mis ojos y que incluye unos preciosos arboles cuyas hojas brillan
radioactivamente cada vez que el sol las atraviesa con sus poderosos rayos del
pasado. Las nubes siguen pasando y yo lo admiro todo desde la distancia, a
través de un vidrio de cuatro metros que me separa de todo lo que quiero, del
tiempo libre con que sueño.
Son quizás también las cosas malas las que me
impulsan a escapar mentalmente del trabajo. Es quizás el sujeto que está en
diagonal a mí, con su monumental nariz, sus ojos grandes, sus cejas pobladas,
su peinado ridículo y su extraña barba, todo ubicado en un cráneo
desproporcionadamente pequeño y puesto sobre un cuerpo escuálido y alargado.
Quizás no sea su morfología de árabe famélico, sino sus movimientos, o más bien
sus actitudes delatadas a través de sus movimientos. Cuando este sujeto llegó a
sentarse en el computador en el que trabaja ahora, sacudió el teclado para
sacarle todos los desperdicios que allí se acumulan. Luego, con una hoja de periódico,
botó los residuos de piel muerta y residuos que habían caído del teclado en la
mesa de trabajo. Acto seguido sopló la mesa y el teclado para finalmente
ponerse a trabajar.
Una actitud así de psico-rígida me exaspera
muchísimo. No puedo concebir personas que sean tan meticulosas, controladoras y
obsesionadas con detalles tan minúsculos del existir.
Son quizás esas razones, la meticulosidad y la
rigurosidad, por las que no puedo soportar a las personas estudiosas. Buscan el
control máximo por medio de la rigurosa planeación. Todos y cada uno de los
elementos de su actividad intelectual deben estar subordinados a una planeada
racionalización de sus actos. Los tiempos, la hora de lectura, hora de inicio
del estudio, hora de la escritura, momento para el tinto, pausa activa y
regreso al trabajo. El espacio de trabajo también está organizado con esmero y
detalle. No puede existir libro o papel fuera de su sitio, todo está ubicado
milimétricamente de forma organizada para no estorbar. Justamente mientras
pienso esto el joven árabe realiza su pausa activa y se come una barra de
arequipe con chocolate y maní.
Esta gente me saca de quicio.
Regreso pues a mi labor contemplativa y
procrastinadora. Vuelvo a elevar mis ojos hacía el pedacito de cielo que me es
regalado y contemplo como las nubes siguen su camino con tranquilidad. Una par
de golondrinas vuela alrededor de las copas de los arboles, casi como
intentando seducirlas para que salgan a volar junto con ellas. Mucho más
arriba, pero no tanto como las nubes, pasa una bandada de patos canadienses que
justamente para esta época regresan del frío que empieza a azotar las tierras
del norte ¿O están llegando? Para ser sincero no se qué estación debe ser
arriba o abajo. Simplemente sé lo que son y sé lo que buscan, un lago lleno de
plantas acuáticas y pequeñas alimañas que les sirva de hábitat mientras cumplen
sus ritos de cortejo y apareamiento.
Ahora las nubes se empiezan a arremolinar en lo
alto del cielo. Como lo predije en mi visión somnífera, pronto vendría el
viento de lluvia. Más tarde, la llovizna y por último, la granizada. Respiro
hondo e intento sentir el aire frío que se mueve afuera de este recinto. A
pesar de no tenerlo en mi rostro puedo sentir el viento por pura sugestión,
por pura provocación psíquica, por puro deseo de ser libre, en la tierra, en el
cielo, como las grandes naves de vapor acuoso que son las nubes. Libre, como el
frondoso árbol que deseo ser luego de morir.
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