Hace ya varios años, durante un almuerzo familiar, mi abuelo
paterno me contó la historia más increíble que jamás haya escuchado. Hoy,
después de tanto tiempo, quiero contarles esta historia por miedo a que tan
curioso relato se pierda en mi memoria. Por cierto, hay que aclarar que mi
abuelo, hombre de gran lucidez y vitalidad, estuvo viviendo varios años en
aquél país en donde la violencia era el pan de cada día y, por lo tanto,
conocía de primera mano una buena cantidad de anécdotas terribles y ácidas Por
eso supongo que la historia que me contó es totalmente verídica.
Recuerdo medianamente aquella tarde. Si no estoy mal, la
familia se había reunido para celebrar la llegada de no sé cuál mengano. El
caso, como yo tenía fama de tragón y desesperado, las señoras de la cocina
decidieron dejarme al cuidado de mi abuelo para que yo no me diera un festín
por anticipado. Mi abuelo, con muy buen genio, me pregunto si quería escuchar
una historia que había presenciado cuando estuvo de viaje. Yo asentí con
fastidio e imagine que escucharía alguna anécdota nostálgica y aburrida, de
esas clásicas en los ancianos. Cuál no fue mi sorpresa cuando el viejo empezó a
hablarme sobre un conocido suyo quien tuvo que cagar de emergencia. El relato
decía maso menos así:
“Don Petardo entró corriendo al
baño del centro comercial. Se revisó los bolsillos a ver si traía papel
higiénico suficiente para sus monumentales cagadas. Efectivamente lo había
echado antes de salir de su casa, así que no tenía que comprar esas miserias de
papeles que se vendían en los centros comerciales. “Trecientos pesos le cuesta
y prácticamente le toca limpiarse con los dedos” decía siempre que tocaba el tema con sus
amistades (Premisa que es en realidad
cierta, el papel que venden en los centros comerciales no alcanza ni
para sonarse las narices mijo, téngalo en cuenta). Así entro el grande y obeso
Don Petardo al baño del centro comercial, como un rinoceronte en plena
embestida, como una estampida de grandes animales salvajes, como un bus que
pelea por pasajeros… como Don Petardo con ganas de cagar.”
“En unos cuantos segundos Don
Petardo ya se había apoderado de un cubículo y se disponía a iniciar tan
placentera actividad como lo es el cagar. Fuera el broche del cinturón, fuera
los pantalones y fuera los calzoncillos. Sentado y a la orden de tres. Uno, ¡preparen
armas! Dos ¡Listos! y tres ¡DISPAREN! El
bombardeo de un veterano, todo un profesional en el arte… y luego el descanso.
Dos minutos de relajación abdominal y luego la limpieza.”
“Pero don Petardo no se pudo
tranquilizar. Justo después de haber terminado escuchó algo inusual al respaldo
de su retrete. Un tic-tac como de reloj. Con su brazo regordete palpó detrás
del retrete y lo sintió. Varios cilindros adheridos con cinta al yeso.
Estupefacto quito inmediatamente su mano de ahí, no podía creerlo. Volvió a tocar,
ahora sintió los cables que conducían a una pequeña caja en donde seguramente
estarían los mecanismos.”
“Había una bomba en el retrete,
no cabía duda. Estaba jodido.”
En ese momento mi abuelo se detuvo en seco, pidió una
cerveza, la destapó y se bebió la mitad de un solo sorbo. Luego de un rato de
silencio, eructó a lo bastardo, carraspeó y continuó con sorprendente seriedad su
historia.
“Como venía diciendo, Don Petardo
escuchó como sonaba ese tic-tac silencioso y amenazante. Estaba paralizado, parecía uno con el retrete
en blancura, solidez y frialdad. Empezó a sudar frío, casi al ritmo del
tic-tac. ¿Quién había sido tan enfermo como para poner una bomba en un retrete?
Se preguntaba. Examino a su alrededor, el gran trozo de papel higiénico que
traía para limpiarse y las baldosas negras del centro comercial. Estaba jodido.
Seguro el detonador estaba conectado al mecanismo de descara del retrete.
Seguramente en el preciso instante que él se parara el retrete automático se
descargaría, la bomba se activaría y todo explotaría.”
““Así no más se acaba todo.”
Pensó “Una muerte en el baño, cagando. Y ni si quiera era en un baño bonito, o
un baño familiar. Un baño de centro comercial, de esos que están mal
descargados, sucios y hediondos a mierda y orines estancados. Que dolor morir
en un baño así de feo. Por lo menos hubiera sido en el baño de Glorita. Tan
bonito que es ese baño, con sus baldosas negras y brillantes, con sus tarritos
de cremas y fragancias naturales por todo lado, con ese papel higiénico tan
suavecito y tan rico que ella compra…” Sonó de nuevo el tic-tac y el volvió a
marearse. “Jueputa, lástima que mi última cagada no sea en paz, este miedo tan
feo que tengo no me dejó ni terminar… y ahora que me limpió, me paro y esto
explota todo. ¿Cuántos kilos de explosivo serán? Yo creo que lo suficiente para
volarse esta ala del centro comercial. Que malparidos… y justo uno esta tan de
buenas que viene a caer aquí. Bueno, por lo menos no me muero solo. ¿Qué hago?
¿Sera que espero a que esto se llene o a que se desocupe? ¿Más o menos? No sé
realmente… “ “
““Quizás sea una bomba con
temporizador” se dijo Don Petardo con alegría “claro, es así porque el tic-tac
solo suena en bombas de tiempo. Me limpió rápido, salgo rápido y me salvó. Así
es que debe ser… ahora a limpiarse.” Con afán y alegría en los ojos el rechoncho
Don Petardo se limpió el culo. “Ahora es tiempo. Me paro, el retrete se demora
en descargar unos cuantos segundos, lo suficiente para salir corriendo con los
pantalones en la mano mientras la descarga activa el mecanismo y explota. Si,
así me voy a salvar de este atentado tan marica.””
“En un dos por tres la gran mole
de grasa tomo aire, se abrochó el botón del pantalón, abrió la puerta y salió
corriendo a empujones del baño. Luego de eso…”
-¡Abuelito! ¡Abuelito! – Interrumpió mi primo Felipe.
- ¿Qué pasó mijito? ¿Por qué tanto afán?
-Ya está servida la comida. Mi mamá manda a decir que pasen ya a la mesa.
-Bueno. Vamos niños que ya tengo hambre.
- ¿Qué pasó mijito? ¿Por qué tanto afán?
-Ya está servida la comida. Mi mamá manda a decir que pasen ya a la mesa.
-Bueno. Vamos niños que ya tengo hambre.
En la mesa nos esperaba una presa pollo con salsa de durazno,
arroz y ensalada para cada uno. Todos nos lanzamos sobre la comida recién
servida y nos la tragamos como cerdos. Era lógico, habíamos estado esperando durante
varias horas, sin ninguna clase de aperitivo. De repente, mi abuelo empezó a
toser como si se hubiese atorado con algo. Intente servirle un vaso de agua,
pero empezó a ponerse morado y a toser sangre. Luego de un rato mi abuelo se
encontraba en el piso retorciéndose y gimiendo de la forma más espantosa del
mundo, no demoro en llegar una ambulancia para llevarlo al hospital.
Unas cuantas horas después, en el hospital, el doctor que lo
entendió nos comentó que el viejo se había tragado un hueso que le destrozo
todo el esófago. Mi abuelo jamás terminó de contarme la historia de Don
Petardo.