Liliana había estudiado toda su
vida para ver cumplido su gran sueño: ser traductora en simultáneo para eventos
de talla mundial. Luego de varios años de esfuerzo y sacrificio finalmente lo había
logrado, y se sentía complacida. A sus veintiocho años ya había trabajado como
traductora en las cumbres de Naciones Unidas y también había prestado sus
servicios para importantes convenciones económicas cuyos temas, para ser
sinceros, no le despertaban mucho interés. Desde la universidad su manejo del
castellano, el inglés, el francés y el portugués había sido envidiable y la
habían hecho merecedora de becas durante la mayor parte de su formación
académica.
Pero no lo había logrado sola.
Por fortuna pera ella, contaba con el apoyo de un maravilloso hombre, Ricardo,
quien se mantenía atento y fiel a pesar de su ajetreada vida como traductora.
Para la cumbre de Líderes Económicos, Liliana y Ricardo cumplían diez años de
relación. A pesar de no haberse casado, vivían juntos y compartían todo cual si
de un feliz matrimonio se tratase. Liliana moría por estar con Ricardo en esta
fecha tan importante para ambos, pero como es de esperar, sus responsabilidades
diplomáticas le impedían estar presente.
Unas horas antes de la reunión de
apertura de la cumbre, Liliana y Ricardo tuvieron una videollamada donde re
afirmaron los sentimientos de amor, compromiso y responsabilidad que desde la
Universidad los había mantenido juntos. Prometieron verse lo más pronto
posible, y embriagada de una incontenible felicidad, Liliana empezó su turno con
la diligencia característica que la había hecho merecedora de tal puesto. La
primera sesión de la jornada fue larga y fatigosa, pero Liliana la sorteó con
hábiles perífrasis. Después de seis horas de sesión, llegó el intervalo.
Para el receso, Liliana se
disponía a llamar a Ricardo y contarle cómo iban las cosas. Pero al tomar su
celular, la joven se percató de algunos mensajes nuevos provenientes de un número
desconocido. Extrañada los abrió y luego de un momento, cayó como desvanecida
en los sofás que estaban dispuestos para el receso. En el mensaje aparecían
adjuntas varias fotografías de Ricardo siendo sacado de su apartamento por
varios encapuchados. En un principio Liliana pensó que era una broma de mal
gusto, y llamó a Ricardo para exigirle una explicación. Sin embargo Ricardo
nunca contestó. Al parecer el teléfono estaba apagado.
Confundida y asustada, Liliana se
dirigió al baño para tomar agua, tranquilizarse y reforzar la idea de la broma
mediante la repetición compulsiva. Pero al entrar al baño la situación empeoró.
A su celular no llegaron ya imágenes de su esposo siendo secuestrado, sino que
ahora era un video en el que aparecía Ricardo con los ojos vendados, atado
contra una silla y siendo golpeado violentamente por varios encapuchados.
La joven traductora quedó en
shock. Era completamente imposible que justo ahora estuvieran secuestrando a
Ricardo y que, para colmo de males, se lo compartieran en vivo y en directo.
Durante un momento sintió como todo su mundo se derribaba. Aterrada intentó a
llamar a la policía, pero en ese instante los altoparlantes anunciaron que
todos los funcionarios y traductores debían regresar de inmediato al auditorio para
dar continuación con la cumbre y discutir el futuro del modelo económico, sus
retos y proyecciones.
En el trayecto hacia la sala de traducción,
mientras todo el mundo parloteaba y corría para regresar a sus asientos,
Liliana recibió un último mensaje: Si
quiere volver a ver a Ricardo con vida debe hacer lo correcto ahora mismo:
acabe con los hipócritas. Abrumada, Liliana caminó por los pasillos y vio
como los empresarios, políticos y ministros conversaban sonrientes, vistiendo
finos trajes, exhibiendo lujosos relojes y comiendo los más exquisitos manjares
mientras ella se encontraba en una absurda situación desesperada. Por primera
vez, Liliana sintió aversión contra las personas que durante mucho tiempo había
admirado.
La joven se sintió entones presa
de una sensación que sobrepasó su entendimiento. Una mezcla confusa entre amor
y miedo se apoderaba de su cuerpo. El miedo de saber que su amado Ricardo
estaba secuestrado, la necesidad de volver a verlo sano y salvo, la contundente
solicitud de los secuestradores. La frágil sique de Liliana se quebró, y con un
rápido movimiento tomó el cuello de uno de los empresarios que pasaba sonriente
a su lado. No miró quien era, y no le importaba. Para estas alturas, la
afectada mente de Liliana solo pensaba en salvar a su amado Ricardo, sin
importar las consecuencias.
La confusión y los gritos se
apoderaron del pasillo. De inmediato todos los guardias de seguridad se
pusieron alerta, sacaron sus revólveres y apuntaron a la pobre muchacha que,
con los cabellos revueltos y los ojos desorbitados no dejaba de hacer amenazas
y gritar incoherencias. Liliana amenazaba al diplomático con una pluma de plata
que el mismo Ricardo le había regalado para la víspera. Los guardaespaldas discutían
rápidamente si asestarle un tiro en la cabeza a la afectada muchacha o
abalanzarse sobre ella. Y justo en este instante, en este minúsculo instante de
duda por parte de los cuerpos de seguridad, se escuchó en la puerta del recinto
una explosión. En un abrir y cerrar de ojos la habitación se llenó de humo y de
entre las sombras aparecieron una puñada de hombres encapuchados que llegaron
matando de forma implacable tanto a guardaespaldas como a políticos. Se
escuchaban ráfagas de metralla y desde la planta baja se oía cómo una horda de
manifestantes empezaba a tomarse el edificio. El empresario, un patético joven
de cabello castaño y ojos claros, lloriqueaba en los brazos tensos de Liliana,
quien estupefacta observaba lo sucedido.
Cuando la masacre está
prácticamente terminada, uno de los encapuchados suelta su rifle y se acerca a
Liliana en actitud conciliadora. Éste intenta tranquilizarla, diciéndole con
voz dulce que todo está bien, que no le va a pasar nada. La joven empieza a
llorar y suelta al empresario, quien sale corriendo a tropezones por el
pasillo. El encapuchado saca un revolver y le dispara varias veces hasta que cae
muerto. Guarda su revólver y ahora se acerca más a Liliana, quien ya empieza a
sentir que las fuerzas la abandonan. Entonces el encapuchado se quita la
máscara y Liliana se desmaya. Es Ricardo, quien la toma entre sus brazos antes
de que pierda la conciencia, y en medio del delirio le pide disculpas por todo
lo sucedido, pero le dice que todo aquello había sido necesario para cumplir su
sueño.