El primero: un planeta de gente honesta, la complicidad del tiempo compartido,
del tiempo libre junto a ti.
Un planeta que sólo quiere vivir de quererte, de prolongar esos pocos segundos de quietud del espíritu socialmente cohibido.
Los habitantes de tu planeta izquierdo trabajando para no dejar de localizarme; gritándome desde tan lejos: -¡Bésame!- y luego recriminándome: -no perviertas esta amistad... la noche de tus ojos-.
Un planeta de viento cálido, donde los habitantes nunca duermen, donde el sol nunca sale...
"la eterna noche de no saberme correspondida".
El segundo: un planeta de verdes paisajes.
La naturaleza de tu ser constante, valiente, contentísimo.
El desierto y la selva,
las serpientes y los osos polares,
el arco iris sobre el mar,
los altares de piedra,
laS MONTAñas,
los abismos.
Ecosistemas volátiles, mutaciones. El eterno equilibro.
Desde aquí, cuando me miras, tu ojo derecho es una noche de aurora boreal.
O también, un sol radiante de atardecer de Suba,
de atardecer reflejado en la Laguna de Suesca.
No obstante, estar frente a tus ojos es, imperdonablemente, enfrentar nuestros ojos-planeta.
Aquellos, un espejo. Tu, mi frase escrita.
La conjunción.
Lo innecesario de verbalizar la explosión universal en nuestros ojos.
Lo innecesario de verbalizar la explosión universal en nuestros ojos.
Esto escalofriante, esta espalda crispada cuando tus dedos tratan de acariciarme.
Este sudor en las manos...
Este sudor en las manos...
Este reconocerte que se volvió tan necesario.
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Esto que escribo es lo que siento cuando te pienso, o lo que pienso cuando te veo y no soy capaz de decirlo.