"Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años"
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años"
Eduardo Lizalde
Los perros de la perra se han puesto de moda. La perra es feliz y las canciones que le dedicaste se las dedica ahora al perro por el que te cambió. La perra se ha conseguido un novio gordo y sin garra, pero con pedigrí. La perra ha conseguido un novio pobre y flacuchento, pero con toda la garra del mundo. La perra consigue perros de todas las razas, todas las razas consiguen perra. Menos tú, asqueroso perro de taller.
Sus sonrisas de satisfacción
inundan tu ventana.
Mientras tanto, tú, sucio perro
callejero, refriegas tu seco y morado pene contra un sórdido sofá lleno de
comida vieja y grasas reposadas. Miras la felicidad ajena a través de tu
ventana de cristales rotos y no haces nada para taparlo, para poner una cortina,
para pararte y cambiar de panorama. No, eres tan ruin y miserable, tan asquerosamente masoquista, que prefieres quedarte sentado a ver como la perra y el perro entrelazan sus sucios genitales cargados de libido y chinches, mientras tu asqueroso hocico babea la blanca espuma de la rabia contenida. Eres patético, perro sarnoso.
La perra ruge de placer.
Y contigo no fue capaz ni si
quera de ir debajo del puente. La perra no fue capaz de prestarte su lengua, de
lamer tus heridas abiertas, de abrigar tu espalda abierta y raída. En cambio tú,
ingenuo y tonto perro, le diste lo poco que tenías. Lo diste todo por sentir el
calor de la perra en las noches frías y lluviosas. Lo diste todo por la ilusión
de no sentirte solo mientras vagabundeabas en los oscuros y húmedos potreros de
aquella ciudad marginal. El simple calor de la perra evitaba que en tu pelo se
formara rocío, que murieras de hipotermia, que fueras una bolsa de basura más
en el tiradero del barrio.
Y un día la perra se fue.
La perra se fue, y has tenido que
aprender a valértelas por ti mismo. Sin amo ni señor, sin casa ni tapete, sin
comida ni caricias. Con el lomo desgarrado, las patas ampolladas y el hocico
maloliente. Caminando bajo los postes que otros perros y perras han marcado
como suyos, sabiendo que no eres el soberano de una esquina, que no eres el can
alfa de alguna manada, que solo eres un patético intento de lobo citadino que
no puede matar ni si quiera a una paloma, que sobrevives gracias a los restos de
perro muerto que bota aquél empleado del restaurante chino, que pronto será tu
turno.
Y mientras esculcas en la bolsa
de desperdicios, junto a otros perros y perras famélicos, escuchas como la
perra chilla de placer.
Los perros de la perra se han puesto
de moda y la perra es feliz.