lunes, 23 de febrero de 2015

Tetas

No hay tranquilidad ni rayos radioactivos. Solo un violento deseo, un deseo animal por poseer cuerpo y consumirlo. Solo la desesperanza de ser un inútil sin remedio ni cura.

La mirada indiscreta por entre el escote. Unos ojos que bajan y observan atentos, durante una milésima de segundo, antes que ella levante la mirada. El color del brasier y el voluptuoso contenido que protege. Puede que sean pequeños limoncitos, estrujados y succionados por algún gigante virtual e internacional; o unos generosos duraznos mordisqueados por un sucio cirquero de sonrisa hipócrita y perpetua. Serán quizás unas minúsculas nueces apenas toqueteadas por un músico poliglota, o un grande y bendito par de melones manoseado por casi toda escena de la ciudad. Puede que sean una pareja de lindos tomates verdes, palpados únicamente por su solitaria dueña; o los firmes cocos de una morena entregada a los números humanos.


En todo caso no importa, aquellos pechos han sido degustados, probados y saboreados por hombres que no son yo. Y si hubiera sido yo, me hubiera mantenido entre ellos durante toda una eternidad, retozando tranquilamente entre esos montes frutales de aromas particulares y formas curiosas, hasta que una suave mano me ordenará caer en el sueño eterno o dedicarme al trabajo para el cual que he sido encomendado desde el principio de los tiempos, cuando se formó entre mis piernas este inquieto aparato profanador de oscuras, profundas y húmedas tumbas. 

miércoles, 11 de febrero de 2015

Resentido

Escribo porquerías mientas camino
digiriendo el odio sonriente
                el rencor silente

Busco desesperado
 un signo
                una señal
                               un designio
                                               un atisbo de esperanza

Pero como dicen las chicas que gritan a mi lado:
                                                                              … y nada!

Mis tripas se constriñen al oír
el firme zapateo de la gente que se acerca
Preparo la sonrisa que he de fingir
los gases que he de ocultar

Y recuerdo que no todo puede ser soledad,
                                                          introspección y reflexión silenciosa.

Que también debo mostrar mi rostro en público
y confrontar mi abominable semblante con los otros.

Pienso en lo mucho que detesto las sonrisas
la gente rica y la gente pobre
la ropa deportiva y los sacos de lana
el pelo largo y las sienes rapadas
los rostros afilados y los hombros anchos
los ganadores y los perdedores
y todas estas cosas llenas de contrastes.


Me doy cuenta, que a fin de cuentas
soy un odioso.