lunes, 23 de febrero de 2015

Tetas

No hay tranquilidad ni rayos radioactivos. Solo un violento deseo, un deseo animal por poseer cuerpo y consumirlo. Solo la desesperanza de ser un inútil sin remedio ni cura.

La mirada indiscreta por entre el escote. Unos ojos que bajan y observan atentos, durante una milésima de segundo, antes que ella levante la mirada. El color del brasier y el voluptuoso contenido que protege. Puede que sean pequeños limoncitos, estrujados y succionados por algún gigante virtual e internacional; o unos generosos duraznos mordisqueados por un sucio cirquero de sonrisa hipócrita y perpetua. Serán quizás unas minúsculas nueces apenas toqueteadas por un músico poliglota, o un grande y bendito par de melones manoseado por casi toda escena de la ciudad. Puede que sean una pareja de lindos tomates verdes, palpados únicamente por su solitaria dueña; o los firmes cocos de una morena entregada a los números humanos.


En todo caso no importa, aquellos pechos han sido degustados, probados y saboreados por hombres que no son yo. Y si hubiera sido yo, me hubiera mantenido entre ellos durante toda una eternidad, retozando tranquilamente entre esos montes frutales de aromas particulares y formas curiosas, hasta que una suave mano me ordenará caer en el sueño eterno o dedicarme al trabajo para el cual que he sido encomendado desde el principio de los tiempos, cuando se formó entre mis piernas este inquieto aparato profanador de oscuras, profundas y húmedas tumbas. 

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