sábado, 13 de diciembre de 2014

Las perras y los perros

"Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años
"
Eduardo Lizalde


Los perros de la perra se han puesto de moda. La perra es feliz y las canciones que le dedicaste se las dedica ahora al perro por el que te cambió. La perra se ha conseguido un novio gordo y sin garra, pero con pedigrí. La perra ha conseguido un novio pobre y flacuchento, pero con toda la garra del mundo. La perra consigue perros de todas las razas, todas las razas consiguen perra. Menos tú, asqueroso perro de taller. 

Sus sonrisas de satisfacción inundan tu ventana.

Mientras tanto, tú, sucio perro callejero, refriegas tu seco y morado pene contra un sórdido sofá lleno de comida vieja y grasas reposadas. Miras la felicidad ajena a través de tu ventana de cristales rotos y no haces nada para taparlo, para poner una cortina, para pararte y cambiar de panorama. No, eres tan ruin y miserable, tan asquerosamente masoquista, que prefieres quedarte sentado a ver como la perra y el perro entrelazan sus sucios  genitales cargados de libido y chinches, mientras tu asqueroso hocico babea la blanca espuma de la rabia contenida. Eres patético,  perro sarnoso.

La perra ruge de placer.  

Y contigo no fue capaz ni si quera de ir debajo del puente. La perra no fue capaz de prestarte su lengua, de lamer tus heridas abiertas, de abrigar tu espalda abierta y raída. En cambio tú, ingenuo y tonto perro, le diste lo poco que tenías. Lo diste todo por sentir el calor de la perra en las noches frías y lluviosas. Lo diste todo por la ilusión de no sentirte solo mientras vagabundeabas en los oscuros y húmedos potreros de aquella ciudad marginal. El simple calor de la perra evitaba que en tu pelo se formara rocío, que murieras de hipotermia, que fueras una bolsa de basura más en el tiradero del barrio.

Y un día la perra se fue.

La perra se fue, y has tenido que aprender a valértelas por ti mismo. Sin amo ni señor, sin casa ni tapete, sin comida ni caricias. Con el lomo desgarrado, las patas ampolladas y el hocico maloliente. Caminando bajo los postes que otros perros y perras han marcado como suyos, sabiendo que no eres el soberano de una esquina, que no eres el can alfa de alguna manada, que solo eres un patético intento de lobo citadino que no puede matar ni si quiera a una paloma, que sobrevives gracias a los restos de perro muerto que bota aquél empleado del restaurante chino, que pronto será tu turno.

Y mientras esculcas en la bolsa de desperdicios, junto a otros perros y perras famélicos, escuchas como la perra chilla de placer.


Los perros de la perra se han puesto de moda y la perra es feliz. 

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