Darío Jaramillo
El vivió tan intensamente los dos o tres instantes que
hace de su vida, la vida,
que la memoria había muerto y no tenía posibilidad de
recordarlos:
pero un estigma lo ataba a la certeza de que de algún
modo
aquellos instantes todavía eran suyos;
si me oyera, él no permitiría que les hablara a ustedes
de estas cosas,
ni que mencionara sus enfermedades más secretas y
constantes:
la manía repetida de soñar despierto,
la costumbre de cerrar los ojos para ver mejor,
la soledad sin ahínco,
la culpa que lo rodea como mar viscoso
la sospecha de la luz entrevista y de que él conservaba
algo muy antiguo de él mismo, que no estaba
manchado,
que de algún modo permanecía inocente.
El vivió tan intensamente los dos o tres instantes que
hacen de su vida, la vida,
que a fuerza de hacerse querer olvidó que él amaba
y esto lo supo tan bien como para que no le hiciera
daño;
y casi siempre parecía viendo llover, aun durante
prolongados lapsos de sequía y cuando hablaba
parecía hablando el idioma secreto de la lluvia
nocturna.
Se me oyera, no me permitiría que les contara a
ustedes estas cosas,
aunque es posible que guardara un silencio teñido de
vacío
aunque es posible que abriera los ojos de su sueño
y hablara de animales de fuego y dijera que siente que
en su boca está el mar de los Sargazos,
aunque es posible que preguntara alejado por algún
pasaje remoto de mi vida
y añadiera que nunca hay nada de qué arrepentirse
y luego preguntara ensimismado en qué lugar de la
tierra son ahora las tres de la mañana.
Aunque es posible, acaso, que también sonriera
levemente.
En todo caso, él sabría que algo suyo mantendría
fluyendo,
algo suyo que no podría recordar,
dos o tres instantes que tal vez, quién lo sabrá,
todavía no habían llegado.
que la memoria había muerto y no tenía posibilidad de
recordarlos:
pero un estigma lo ataba a la certeza de que de algún
modo
aquellos instantes todavía eran suyos;
si me oyera, él no permitiría que les hablara a ustedes
de estas cosas,
ni que mencionara sus enfermedades más secretas y
constantes:
la manía repetida de soñar despierto,
la costumbre de cerrar los ojos para ver mejor,
la soledad sin ahínco,
la culpa que lo rodea como mar viscoso
la sospecha de la luz entrevista y de que él conservaba
algo muy antiguo de él mismo, que no estaba
manchado,
que de algún modo permanecía inocente.
El vivió tan intensamente los dos o tres instantes que
hacen de su vida, la vida,
que a fuerza de hacerse querer olvidó que él amaba
y esto lo supo tan bien como para que no le hiciera
daño;
y casi siempre parecía viendo llover, aun durante
prolongados lapsos de sequía y cuando hablaba
parecía hablando el idioma secreto de la lluvia
nocturna.
Se me oyera, no me permitiría que les contara a
ustedes estas cosas,
aunque es posible que guardara un silencio teñido de
vacío
aunque es posible que abriera los ojos de su sueño
y hablara de animales de fuego y dijera que siente que
en su boca está el mar de los Sargazos,
aunque es posible que preguntara alejado por algún
pasaje remoto de mi vida
y añadiera que nunca hay nada de qué arrepentirse
y luego preguntara ensimismado en qué lugar de la
tierra son ahora las tres de la mañana.
Aunque es posible, acaso, que también sonriera
levemente.
En todo caso, él sabría que algo suyo mantendría
fluyendo,
algo suyo que no podría recordar,
dos o tres instantes que tal vez, quién lo sabrá,
todavía no habían llegado.
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