viernes, 13 de junio de 2014

Lo que aquella es (yo).

Es aquella, una pasión por escribir, la que me mueve,
la que me quiere llenar y destrozar; es mágica, sublime,
entra y esta de salida tan repentina que a veces ni la encuentro.
Tampoco es necesario buscarla, solo la uso, es feroz, me penetra el corazón y me saca cada estigma, cada ración de sentimiento, lo empolva, lo pule y lo expone, lo maltrata a veces.

Hace que camine y vuele sobre mí misma, 
hace que me vea reflejada en la dulzura de otros abrazos,
cada letra impulsa este aparatito bombeante, latente, cada anónimo, cada parsimonia cobra vida y lucidez.

Se trata de algún tipo de karma.
Escribir con polvo.
En el aire, con la tinta de la noche,
correr frente al viento,
acalorar al sol con la mirada perdida y sufrir la soledad acompañada de las estrellas,
seguir el rumbo perdido de las auroras,
y dentro de una multitud de gotas,
la lluvia de tus ojos.

Me encuentro sentada al borde de mi ser,
quemando ese intruso que lucha por salir y gritar tu nombre.
Tal vez sea hora de dejar de pensar,
quizás sea necesario algún tipo de despertador portátil,
algún aviso continuo del resto que me incurre bajo los rieles de este tren del tiempo.
Camino lento y expulso de todas las formas posibles mi sentir,
exorcizando hasta el momento más puro.
Después de todo, no podría imitar el placer de olvidar sin presenciar hasta lo más doloroso.

Escribir sin manos, sin dedos, sin pluma,
escribir en el aire, sin mente, papiro o pergamino,
escribir libre, soñadora, hábil,
escribir haciendo que así como los versos, los lamentos fuesen invisibles en el imaginario tapiz.
Escribir y que cada palabra dé cuerda a una red de siluetas imposibles de alcanzar,
como odas y ráfagas de pasión.

Es aquella una pasión que parece perderse en el tiempo,
hundirse,
como si ya hubiese sido suficiente, aunque no lo quisiese así,
simplemente volar escribiendo –o escribir volando- es mi arte más puro, mi cadencia más profunda y mi sueño más probable.

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