El horror de una vida incompleta, el cargo de conciencia que
conlleva el ser un sujeto falto de valor, de individualidad, de carácter… de
huevos. El día inicia y termina con las mismas acciones inertes que le mantienen
frustrado día a día, no hace lo que quiere y sufre por ello. Peor aún, no sabe
lo que quiere, ni si quiera sabe que le gusta. Su cama es el sarcófago en el
que vive momificado de rencores y pesimismos fantasmales. La vida se ha
convertido en una carrera impulsada por la inercia del nacimiento.
El aislamiento psíquico no es más que un ridículo refugio
para el miedo. No es el nido de la genialidad ni mucho menos del éxito. La
estadía en este refugio anti-todo es contraproducente, una implosión micro
universal, el lupus del ser. El Profeta lo dijo, la soledad imposible.
Es el turno de iniciar una búsqueda,
un viaje en barco. Zarpar de esta metafórica isla inexistente e ir hacia el
soleado y prometido optimismo comunicativo. El oír el llamado para una misión, más
que metafísica, humana, encarnada en la terrible responsabilidad de existir. Se
debe levantar la mirada, y así no se sepa hacia donde se va, ni con qué
objetivos, se debe buscar insaciablemente recorrer el camino espacio-temporal
que, a final de cuentas, será el único certificado de que hemos vivido.
El primer paso será buscar aquella
cualidad pasiva que subyace en el inconsciente y traerla a la esfera de la
realidad para hacer uso activo de ella. Luego veremos qué pasa.
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