sábado, 13 de diciembre de 2014

Las perras y los perros

"Muerde la perra
cuando estoy dormido;
rasca, rompe, excava
haciendo de su hocico lanza,
para destruirme.
Pero hallará otra perra dentro
que gime y cava hace veinte años
"
Eduardo Lizalde


Los perros de la perra se han puesto de moda. La perra es feliz y las canciones que le dedicaste se las dedica ahora al perro por el que te cambió. La perra se ha conseguido un novio gordo y sin garra, pero con pedigrí. La perra ha conseguido un novio pobre y flacuchento, pero con toda la garra del mundo. La perra consigue perros de todas las razas, todas las razas consiguen perra. Menos tú, asqueroso perro de taller. 

Sus sonrisas de satisfacción inundan tu ventana.

Mientras tanto, tú, sucio perro callejero, refriegas tu seco y morado pene contra un sórdido sofá lleno de comida vieja y grasas reposadas. Miras la felicidad ajena a través de tu ventana de cristales rotos y no haces nada para taparlo, para poner una cortina, para pararte y cambiar de panorama. No, eres tan ruin y miserable, tan asquerosamente masoquista, que prefieres quedarte sentado a ver como la perra y el perro entrelazan sus sucios  genitales cargados de libido y chinches, mientras tu asqueroso hocico babea la blanca espuma de la rabia contenida. Eres patético,  perro sarnoso.

La perra ruge de placer.  

Y contigo no fue capaz ni si quera de ir debajo del puente. La perra no fue capaz de prestarte su lengua, de lamer tus heridas abiertas, de abrigar tu espalda abierta y raída. En cambio tú, ingenuo y tonto perro, le diste lo poco que tenías. Lo diste todo por sentir el calor de la perra en las noches frías y lluviosas. Lo diste todo por la ilusión de no sentirte solo mientras vagabundeabas en los oscuros y húmedos potreros de aquella ciudad marginal. El simple calor de la perra evitaba que en tu pelo se formara rocío, que murieras de hipotermia, que fueras una bolsa de basura más en el tiradero del barrio.

Y un día la perra se fue.

La perra se fue, y has tenido que aprender a valértelas por ti mismo. Sin amo ni señor, sin casa ni tapete, sin comida ni caricias. Con el lomo desgarrado, las patas ampolladas y el hocico maloliente. Caminando bajo los postes que otros perros y perras han marcado como suyos, sabiendo que no eres el soberano de una esquina, que no eres el can alfa de alguna manada, que solo eres un patético intento de lobo citadino que no puede matar ni si quiera a una paloma, que sobrevives gracias a los restos de perro muerto que bota aquél empleado del restaurante chino, que pronto será tu turno.

Y mientras esculcas en la bolsa de desperdicios, junto a otros perros y perras famélicos, escuchas como la perra chilla de placer.


Los perros de la perra se han puesto de moda y la perra es feliz. 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Poema feo: Gente

Altos tacones rotos
labiales derretidos
y mujeres de plástico
en carros de alta gama.

Rubios muchachos fornidos
de cabezas engominadas
cambiando Jorge Isaacs
por Jack Daniels.

Las damas de polietileno arden
en una hoguera de mil dólares.

Más

Sucios hippies carismáticos
más pantalleros que un LG de 45 pulgadas
sacuden sus hipnóticos malabares
engañando a medio mundo.

A mí no me meten los dedos a la boca.

Más

Punks zombificados
borrachos o rehabilitados
(Pero a fin de cuentas zombis
 bestias momificadas
en el mañana de ayer
becos pank is ded)
Como dijo el lucido:
Una A no te hace anarquista.

Más

Indigentes carramañados
dejan que algunos sucios taxistas
les metan la verga
en agujeros abiertos
por armas hechizas.

Y el ñero hace la herida
y al ñero no le importa
y al ñero no le pasa nada
porque a la hora veinte
lo mismo es un ñero
que un policía.

Legaliza tu actividad,
vístete de uniforme
gloriosas fuerzas de control
Policía Nacional de Colombia. 

Más

Desde arriba hasta abajo
y haciendo un breve paneo
bosquejando las clases sociales
observo con atención
que todo está podrido
y no me queda más remedio
que odiar con pasión.

Más


Y luego esta gente extraña
todas estas personas que no conozco
y que si conociera no odiaría
pero que no conozco y que odio
porque odio más de lo que vivo
porque odio sin medida
porque no me queda más
que la dulce sensación
de negar mi existencia
a través de la opinión exagerada
del prejuicio arbitrario
del estereotipo de persona. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

Observación silente

Mientras observo tu bemba colgante,
mujer de gelatina sin sabor,
temblar al son de un jazz entrecortado
dibujo con mi mente
la trayectoria de tus ojos desorbitados
que observan apasionados
TODO LO QUE YO NO PUEDO SER.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Pequeño poema frustrante

Tengo sueños recurrentes
obsesiones que no han muerto
una herida que aun arde
y un feo gusano ciego
mil canciones sin sentido
y la insoportable certeza de saber
que te la están metiendo
todos los días
de once a una.  

lunes, 3 de noviembre de 2014

Apuntes II

Soy un pobre diablo sin nada para ofrecer. Mi vida es tan aburrida que inclusive me aburro conmigo mismo. No tengo dinero ni carisma. Vivo a expensas de mi madre, no tengo energía para emanciparme y cuando estoy solo no hago nada interesante. Disfruto de cosas tan triviales que difícilmente pueden generar empatía y mucho menos emoción: ver cómo crecen las plantas, salir a montar bicicleta despacio, mirar las nubes, fumar marihuana y dejar que la inconsciencia conduzca la mente. Dibujar mamarrachos al margen de las hojas de papel, o escuchar música extrañamente calmada o parcialmente enérgica.


No puedo dar nada. Nada de seguridad a futuro, porque mi vida es una ruta sin planes; nada de emoción a presente, porque mi vida es un auto sin motor. No hay nada en mi existencia que pueda suscitar la más pequeña chispa de pasión, sensualidad o cariño. Soy gracioso al instante porque es la única forma de blindarme contra las personas: sé que lo están pasando bien, que no se van a aburrir, pero no estoy estableciendo ninguna relación profunda con ellas. Es la distante cercanía del payaso, la ilusión de empatía, un acto de divertido escapismo. 

miércoles, 29 de octubre de 2014

Viento y polvo

Todo se llena de polvo. Es quizás la mejor forma de ilustrar el paso del tiempo, el abandono. Las diminutas virutas de tierra flotan por el aire, imperceptibles, mientras suaves corrientes de aire las arrastran a través de un mundo caótico. Corrientes de aire tan minúsculas como la de un dedo al moverse o un bebé al respirar… corrientes de aire tan poderosas como la de una tormenta en medio del Pacifico, como la de un tornado en Kansas.

Y allí, en medio de esos contrarios flujos de aire, están las pequeñas partículas de tierra y polvo. Aquellas que se refugian y se amontonan en los cuartos sellados y olvidados, esas que aparecen cuando la vida termina; esas, las virutas de tierra que se amontonan en mis parpados, que los cierran y me hacen recordar el placer de estar dormido, de haber sido olvidado.

martes, 21 de octubre de 2014

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

Porfirio Barca Jacob

El hombre es una cosa vana, variable y ondeante
MONTAIGNE

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara,  undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…
- ¡niñez en el crepúsculo!, ¡Lagunas de zafir! -
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña oscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos envuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.


Más hay también ¡Oh Tierra! Un día… un día… un día
en que levamos anclas para jamás volver…
Un día en que discurren vientos ineluctables,
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

sábado, 18 de octubre de 2014

UN HOMBRE

Porfirio Barca Jacob

Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo de un dios
ni en las manos la sangre de un homicidio;
los que no comprendéis el horror de la conciencia ante el Universo;
los que no sentís el gusano de una cobardía
que os roe sin cesar las raíces del ser,
los que no merecéis ni un humor supremo
ni una suprema ignominia:

Los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos,
las radiaciones intimas, igual y cotidianamente fáciles;
los que no devanáis la ilusión del Espacio y el Tiempo,
y pensáis que la vida es esto que miramos,
y una ley, un amor, un ósculo y un niño;
los que tomáis el trigo del surco rencoroso,
y lo coméis con manos limpias y modos apacibles,
los que decís: “Está amaneciendo”
y no lloráis el milagro del lirio del alba:

Los que no habéis logrado si quiera ser mendigos,
hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos
en los tugurio del abandono y la miseria,
y en la mendicidad mirar los días
con una tortura sin pensamientos:

Los que no habéis gemido de horror y de pavor,
como entre duras barras, en los abrazos férreos
de una pasión inicua,
mientras se quema el alma en fulgor iracundo,
muda, lúgubre,
vaso de oprobio y lámpara de sacrificio universal,


¡Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso
de esta palabra: UN HOMBRE!

domingo, 12 de octubre de 2014

Apuntes I: La perspectiva y la voluntad

La identidad se ha fundido en el mar de la mediocridad contemporánea. El hecho de ver en perspectiva, de observar por sobre la paupérrima realidad en la que se vive no es ninguna señal de genialidad; más bien es la puerta a la más afanosa desesperación. ¿De qué sirve estar consciente de la miseria actual si no se puede hacer nada? Aun más ¿De qué sirve conocer las conductas negativas, las enfermedades del alma, si uno no puede combatir contra ellas? Sojuzgado, casi que destinado a ser víctima de todas esas cosas que son más grandes que uno. Las condiciones sociales, económicas, políticas, comunicativas que condicionan nuestro comportamiento más allá del plano de la consciencia, que sobrepasan nuestra minúscula racionalidad y voluntad.

La voluntad es la capacidad individual de controlar los aspectos de la vida. ¿Todos los aspectos? No, solamente aquellos a los que tenemos acceso racional y sobre los cuales nos podemos empoderar, por medio de la misma voluntad o a través de herramientas. Nada más. Con voluntad no podemos controlar nuestro metabolismo, por más que sepamos la forma en la que funciona; a menos que tengamos a nuestra disposición las sustancias y los elementos que nos permitan accionar sobre este. Con voluntad no podemos aniquilar a las corporaciones, por más que sepamos la forma en la que dominan el planeta; a menos que construyamos una colectividad con una voluntad común.  

Por desgracia, la voluntad sin herramientas es lo mismo que las herramientas sin voluntad. La sociedad contemporánea pone a nuestra disposición la totalidad de herramientas de manera casi que gratuita, pero nuestras voluntades han sido debilitadas de tal manera que no tenemos fuerza si quiera para levantarlas.


No levantamos nuestro culo de este parsimonioso estado de ‘bienestar’. Esta comodidad arreglada. Este 'Mundo Feliz'. 

Abulia. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

PENULTIMA BIOGRAFÍA IMAGINARIA

Darío Jaramillo

El vivió tan intensamente los dos o tres instantes que 
                hace de su vida, la vida,
que la memoria había muerto y no tenía posibilidad de
                recordarlos:
pero un estigma lo ataba a la certeza de que de algún
                modo
aquellos instantes todavía eran suyos;
si me oyera, él no permitiría que les hablara a ustedes
                de estas cosas,
ni que mencionara sus enfermedades más secretas y
                constantes:
la manía repetida de soñar despierto,
la costumbre de cerrar los ojos para ver mejor,
la soledad sin ahínco,
la culpa que lo rodea como mar viscoso
la sospecha de la luz entrevista y de que  él conservaba
                algo muy antiguo de él mismo, que no estaba
                manchado,
que de algún modo permanecía inocente.
El vivió tan intensamente los dos o tres instantes que
                hacen de su vida, la vida,
que a fuerza de hacerse querer olvidó que él amaba
y esto lo supo tan bien como para que no le hiciera
                daño;
y casi siempre parecía viendo llover, aun durante
                prolongados lapsos de sequía y cuando hablaba
parecía hablando el idioma secreto de la lluvia
                nocturna.
Se me oyera, no me permitiría que les contara a
                ustedes estas cosas,
aunque es posible que guardara un silencio teñido de
                vacío
aunque es posible que abriera los ojos de su sueño
y hablara de animales de fuego y dijera que siente que
                en su boca está el mar de los Sargazos,
aunque es posible que preguntara alejado por algún
                pasaje remoto de mi vida
y añadiera que nunca hay nada de qué arrepentirse
y luego preguntara ensimismado en qué lugar de la
                tierra son ahora las tres de la mañana.
Aunque es posible, acaso, que también sonriera
                levemente.
En todo caso, él sabría que algo suyo mantendría
                fluyendo,
algo suyo que no podría recordar,
dos o tres instantes que tal vez, quién lo sabrá,
todavía no habían llegado. 

lunes, 29 de septiembre de 2014

ORACIÓN DE LOS BOSTEZADORES

Luis Vidales

Dedicada a Leo Gris – Bostezador


Señor.
Estamos cansados de tus días
y tus noches.
Tu luz es demasiado barata
y se va con lamentable frecuencia.
Los mundos nocturnales
producen un pésimo alumbrado
y en nuestros pueblos
nos hemos visto precisados a
sembrarle a la noche
un cosmos de globitos eléctricos.
Señor.
Nos aburren tus auroras
y nos tienen fastidiados
tus escandalosos crepúsculos.
¿Por qué un mismo espectáculo todos los días
desde que le diste cuerda al mundo?
Señor.
Deja que ahora
el mundo gire al revés
para que las tardes sean por la mañana
y las mañanas sean por la tarde.
O por lo menos
- Señor-
si no puedes complacernos
entonces
-Señor-
te suplicamos todos los bostezadores
que transfieras tus crepúsculos
para las doce del día.
Amén. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

PENA CAPITAL

Gonzalo Arango

El sueño de mi vida nunca fue la belleza sino el poder,
Y no un poder cualquiera. ¡El Poder Absoluto!
No rendir cuentas a nadie, a nada, más que a la grandeza
misma.
Porque soy débil aborrecí la debilidad en los hombres y en
la historia, y sólo me rendí reverente ante las fuerzas
cósmicas de la naturaleza.
Sé que no alcanzaré el éxtasis ni legaré a coronarme en el
trono de los despotismos por culpa del santo temor que me
inculcaron y que me convirtió en sacristán de Dios,
mendigo de los fantásticos festines de la gloria.
No viviré bastante para la nostalgia del poder y las
lamentaciones del infortunio e crearme un destino a base
de amontonar palabras.
Soy cada día este cadáver que desaparece bajo un torrente
de babas, ruidos agónicos y destilaciones de una enfermedad
que sofoca al Monstruo de mi alma.
Perdido para este mundo y para Dios.
Mi vida es hoy una fortaleza saqueada, la sustancia
viscosa, hediente, que emana del cadáver de mi gran sueño
del Poder.
Me sobrevivo como una babosa en su repugnante
humeada, y todo se precipita para cubrirme de irrisión,
para que no aspire más esas ígneas fulguraciones donde
los elegidos han forjado su grandeza exterminadora, el
estremecimiento de los cielos.
Para vengarme de esta migaja de ignominia a la que he
sido condenado, ejerceré el terror, contagiaré la peste,
irradiaré mi enfermedad a todos los vientos desde el falso
trono de la poesía.
Aun más, disfrazaré mi piedad con la horrible máscara del
tirano y dictaré un decreto:

Yo
Gonzalo Arango
tirano del mundo
me sentencio a la
PENA CAPITAL
de pasar la vida
frente a una máquina de escribir
escribiendo
la palabra MIERDA
por los siglos de los siglos de los siglos. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

Orinando en la 127

Las cosas son,
como dicen por ahí,
para aquél que las necesita.

Y yo,
como no veo nada reprochable
en tan práctica regla
obedezco
sin pensarlo dos veces.

Así que,
frente a la necesidad fisiológica
ante un mar de ácido úrico
no me queda más opción
que orinar en cualquier sitio.

He orinado en la 127.

No  es que no quisiera
o que me diera pena
tener que atravesar la calle
en dirección al caño
saltar el separador
darle la espalda a los concesionarios
a los hoteles
a las clínicas
a los apartamentos
y tener que buscar un árbol
sacar el chimbo
si, el chimbo
y relajar mi esfínter
para que saliera la orina
y se dirigiera
sin intermediarios
al hediondo caño
mientras la gente
con miradas disimuladas
murmuraba
por mi falta de cultura
o de cordura.

Y qué más da
si orino en un caño
en un árbol
o en un baño,
he orinado
sin pena ni gloria
en la 127.



viernes, 29 de agosto de 2014

El tamborilero endemoniado

El golpetear de una caja sonora
que se aloja en el rojizo estomago
(lleno de ulceras,
acides,
llenura,
comunismo-ateo,
y otros males
contrarios a las buenas costumbres)
anima los pedalazos
de un ciclista sin brazos
de una actriz sin libreto
de una mujer traicionera
de unos payasos tristes
que recorren borrachos
las húmedas calles
de esta ciudad
donde nunca para de llover.

Algunos seres diurnos
niñas de bien,
amas de casa,
trabajadores oficiales
y disciplinados empresarios
 se esconden
con inquieto nerviosismo
cuando escuchan
 la veloz aproximación
del tamborilero endemoniado.

Y es que esta calavérica bicicleta
grita con descaro
a las ocho dimensiones
la necesidad imperante
de un cambio de aceite,
un ajuste de cadena
y un balanceado elegante.

Y es que esta cadavérica bicicleta
mira con desprecio
a los taxistas afiebrados
que roban con descaro;
a los automóviles no-conducidos
que se llevan el mundo por delante;
a las busetas atiborradas
de almas cansadas y en pena;
y a los caminantes subacuáticos
que comen asfalto con aguardiente.

Y suena un traqueteo
en lo profundo de la noche.


Es el tamborilero endemoniado
montando su cicla calavérica-cadavérica
con el corazón en una caja
golpeteando un ritmo de cumbia psicoactiva,
de bolero triste,
de salsa sin cadera
que llora cada que baila
que ríe cada que cae
que dialoga cada que bebe
que calla cada que teme
que vive cada que olvida. 

jueves, 28 de agosto de 2014

El futuro del ser

Seremos viento que huye del mar,
luna esparcida en la noche,
calle que turba el silencio,
letra que camina sin rumbo.

Seremos pincel que derrama senderos de color,
presente donde el futuro invade,
tierra que aclara los ojos,
pared que detiene en sí.

Seremos luz que juega a perderse,
almas que encuentran su luz.

Seremos sonrisas que superan la ficción,
palabras que no reparan en vocabulario,
pasión donde no hay presencia,
tiempo para i-limitar nuestra esencia,
brazos abiertos para bajar el cielo,
serenos para estremecer los sueños,
sombra para prendernos de lo imperfecto,
silencio que nos permite meditar.

Seremos  pupilas  navegando en la niebla,
océanos cargados de dulzura,
sol alumbrando huellas ajenas,
leones rugiendo a lo pueril,
fuego protector de indulgencias,
humo para despejar la mente de lo corrosivo,
lluvia para refrescar la mente de lo corrosivo,
amor para estimular la mente a lo corrosivo. 


¡Seremos la nada que subvierte lo conocido!

domingo, 10 de agosto de 2014

RECUERDO DE LAS SIERRAS

Adolfo Bioy Casares

Yo mismo telegrafíe al Gran Hotel para pedir los cuartos –uno para Violeta, otro para mí-, de modo que la repetida e imperturbable frasecita del gerente “De acuerdo a su pedido, reservamos uno solo” me indignó. ¿Cómo quedaba yo ante mi amiga? ¿Podría persuadirla de que no obré con astucia, de que no me aproveché de su confianza, de que no le tendí una trampa? La situación era grave. El Gran Hotel estaba lleno; arrastrar a una señora a un hotelucho contraría mis principios; irme solo equivaldría a renunciar, en el acto, no meramente a una esperanza, que bien podría resultar ilusoria, sino al mayor encanto de mi temporada en las sierras. Me había puesto a gritar “¡Que me muestren el telegrama!”, cuando Violeta dijo con dulzura:
-A mí no me importa compartir el cuarto, ¿A ti?
La emoción me paralizó. Articulé la palabra “gracias”, pero entonces no quedaba nadie para oírla. Eché a correr por los pasillos en pos de Violeta y del gerente. Presentí que nuestro cuarto consistiría, ante todo, en una inaudita cama camera; me equivoqué, era una habitación aplica con dos camas estrechas colocadas, ¡ay!, a cuatro o cinco metros una de otra, paralelamente a paredes opuestas. Aquello no parecía un dormitorio de hotel, sino un dormitorio de quinta. Ustedes conocen el establecimiento: diríase que es una enorme quinta de una enorme familia que ocupa cien habitaciones. En la hora de la llegada, otros habrán mirado con aprehensión la alfombra de tono incierto, que todo lo absorbe, como el mar, los sillones de cretona desvaída, las breves camas de hondo pasado inescrutable y el grisáceo cuarto de baño; para mí, porque me acompañaba la persona que más admiro y que más quiero, los objetos, la casa, el mundo, resplandecían mágicamente. Cuando el gerente cerró la puerta y nos dejó en nuestro cuarto, pensé: “Ahora empieza un período importante de la vida, un período inolvidable”.
Entre Violeta, su marido y yo planeamos el viaje. Javier, (el marido) me dijo:
-Para las vacaciones de invierno Violeta se va a Córdoba. Yo no puedo acompañarla. ¿No irías tú?
Estaba de más la pregunta.
Recuerdo que esa tarde discutimos acaloradamente sobre la verdad. Según Javier, la verdad es absoluta, una sola; yo creo que es relativa. Con poco tino, y acaso con no mejor lógica, estuve a punto de alegar, como ejemplo de verdad relativa, el viaje proyectado. Las razones de Javier para desear que yo acompañara a Violeta y las mías para acompañarla se excluían mutuamente; sin embargo, unas y otras eran buenas.
Javier supone que Violeta está segura a mi lado. No ignora que la quiero: descuenta que la cuido. No ignora que soy celoso: descuenta que la vigilo. Imagina que ella lo adora: descuenta que no tengo esperanzas. Nos ve como somos: yo, demasiado enamorado para resignarme a una aventura con su mujer; ella, animada y feliz entre los hombres, encantadora, brillante, siempre casta. No hay duda de que Javier conoce a los personajes y el planteo, pero mira una sola cara de la verdad. Porque yo miro las dos caras, afirmo que estoy en lo cierto (Dios mío, ¿no estoy demasiado en lo cierto? Si todo es relativo, ¿sé algo?). Sé o creía saber que las mujeres un día caen, como fruto maduro, en los brazos del enamorado constante. Desde luego, no debe uno desacreditarse por demasiada constancia y fidelidad; pero aun así las mujeres caen, porque la vida trae de todo, y cuando llega la hora del abatimiento aparecemos como la roca de salvación, y cuando llega la hora de la incertidumbre acometemos como un general con su ejército. También creo que siempre me mantuve alerta como el general, que no descuidé mi prestigio. ¿Con qué resultado? Una a una confío a Violeta mis aventuras con otras mujeres. Invariablemente las escucha con simpatía y las comenta (solo conmigo, después de un tiempo) con sarcasmo. En esas pláticas ulteriores pago mis confidencias. Violeta (la muchacha más dulce, menos maldiciente) me convence de la justicia de identificar, en cada oportunidad, a mi cómplice con una mona; en cuanto a mí, me compara con un sátiro y no deja duda de que el sátiro es, de los dos animales, el más ridículo. Al término de la conversación me encentro irreparablemente derrotado –mi personalidad, mi actividad, mi concepción de la vida, son erróneas-, pero no desespero porque existe Violeta. Quienes no la conozcan no entenderán. Si pienso en ella veo un resplandor, como el que nos anuncia la cercanía de una ciudad cuando viajamos de noche. La imagen es pobre. Toda la gracia, toda la belleza, toda la luz reverberan en mi amiga. Vivir cerca de su esplendor compensa cualquier desventura. Además, cuando me ocurre algo malo, mi primer pensamiento es ¿Cómo cobrárselo a Violeta? Fatalmente se lo cobro. Huye el administrador con mis ahorros de años de trabajo, se quema el altillo con los recuerdos de papá, muere mi hermano… ¿Cuál es mi reacción? Llamar a Violeta sin pérdida de tiempo. ¿Para qué? Para obtener un rato de compañía, unas palabras tiernas. Si alguien juzga que me contento con poco, reflexione que todo es relativo, que para mí ese poco significa mucho, significa –los casos mentados lo prueban- que las desgracias me dejan recuerdos preciosos. A veces creo que en lo hondo de mi corazón las busco, las anhelo. Quién diría que un amor de los llamados platónicos, algo peor, un amor no correspondido, mueva sentimientos tan reales. Por increíble que parezca, esta situación infortunada me llena de un orgullo amargo, pero firme. Yo quiero, celo, espero y sufro sin recompensa alguna, y me figuro que por ello aventajo moralmente a quienes noche a noche reciben su paya. Desde luego, aspiro a ser el amo de Violeta; si no lo consigo, me conformo con la cariñosa familiaridad que la muchacha otorgaría a un pariente que se hubiera criado con ella, al más generoso de sus tíos o al faldero predilecto, entre sus gatos y sus perros. Conformarse no equivale a renunciar. En cuanto el gerente nos dejó en la habitación conté las noches que teníamos por delante y me dije: “Nunca fue más probable mi esperanza, pero si no logro nada guardaré el delicioso recuerdo de haber compartido la intimidad de una mujer”. Interrumpiendo estas reflexiones, Violeta propuso:
-Antes de que se acabe el día demos una vuelta.
Bajamos, y por una puerta de vidrio, salimos a la galería exterior. Quien mira desde ahí se cree en un barco –un barco rodeado de césped seco y polvoriento- o en Versalles, ya que el jardín se extiende en varios planos, con estanques y con un lago final. Paseamos por aquel Versalles de espinillos retorcidos, de chalets alternados con chozas, de pelouses de paja, por donde rueda algún bollo de papel de diario, tan reseco que si fuera bizcocho tentaría por lo quebradizo.
-¡Qué aire! –exclamé-. ¿No te parece que dejaste el lumbago en Buenos Aires?
-Nunca tuve lumbago –replicó Violeta.
-Yo sí.
Con agrado encaré el futuro inmediato: vivir plácidamente, en este lugar de convalecencia y ocio, la temporada de convalecencia y ocio que desde hace treinta o cuarenta años pasan aquí los argentinos: toda una tradición de costosa trivialidad.
Llegamos a los confines del parque. En una aureola de polvo inmóvil, un desvencijado camión avanzaba lentamente por una de las calles del pueblo, difundiendo nostálgica música vernácula, interrumpida por amenazadoras afirmaciones del partido gubernista. Hablé con firmeza:
-Volvamos a nuestro edén. Un tecito bien caliente confortará.
Servían el té –tibio, desde luego, en tazones cuya loza estaba impregnada del aroma de leches anteriores, con galletitas húmedas y con rebanadas de pan lactal tostadas quien sabe cuándo- en el salón que tiene el águila embalsamada y el óleo de San Martín. Buena parte de la concurrencia era de ancianos. Me dije: “Me pasaría la vida plácidamente platicando sobre una taza de té. Lástima que las plácidas platicas no abundan, que el interlocutor me cuenta insulseces y que yo no tengo nada que decir”. (Ahora es otra cosa, porque estoy con Violeta). Volvía a mis exclamaciones:
-¡Qué aire! Una gota de este clima tonificaría a un elefante. ¿Confesarás que te has aligerado de treinta años?
Violeta no contestó. ¿Qué podía contestar? Con treinta años menos no habría nacido. La verdad es que por los caminos del amor uno llega a situaciones diversas y, por fin, a la de niñero. ¿Qué digo, por fin? Bastante pronto. ¿No me repiten que estoy en la flor de la vida? El trato di ario me induce a imaginar que Violeta y yo tenemos la misma edad, hasta que repentinamente descubro que el error. Debería manejarla como a una niña, pero es Violeta quien maneja. Además, para desdicha de los hombres maduros, el contemporáneo de la amiga tarde o temprano aparece. En esta oportunidad no se trata de uno solo, sino del equipo completo de esquiadores franceses, de paso en Córdoba, invitado por no sé qué repartición del gobiernos provisional, en camino a Potrerillo, donde disputará un campeonato.
Hay leguas entre nosotros y la mujer que tenemos al lado. Yo juraría que ninguna persona normal puede fijarse en estos palurdos: aparentemente atraen a toda mujer. Son jóvenes, son fornidos, pero no los mueve sino el deseo o el propósito más inmediato. ¿En sus ojuelos brilla una luz? No lo dudéis; divisaron un vaso de leche, un pan de salud o la mujer del prójimo. Pertenecen a una familia de animales notables por la estatura, por el corte de pelo, por la abundancia de tricotas. No son idénticos entre sí, d modo que sin mayor esfuerzo distingo al descomunal Petit Bob, a quien juzgué en seguida el más peligroso, y a Pierrot, un sujeto que en todo grupo donde no figura Petit Bob descuella como gigante. Reconozcamos en este Pierrot, un lado sentimental, como lo señalaríamos en un tigre que se adormeciera con la música; sólo que no es por la música, sino por Violeta, que Pierrot entorna los parpados. Perfectamente desdeñoso de mí, con desenvoltura, la corteja en mi presencia (siempre estoy presente). ¡Qué desventaja la del hombre cuyo mayor vigor es intelectual! Si a nuestro alrededor no la aprecia, la inteligencia trabaja en la penumbra, se perturba con resentimiento, deja de existir. Envidio la fuerza brutal. Si resolviera (digamos) pelear a Pierrot, lo peor no sería el polvo de la derrota; lo peor sería no llegar a pelearlo, quedar en el extremo de su brazo, trompeando y pataleando en el aire. Tuve una pesadilla con eso.
Desde un principio los celos me convencían de no esperar nada bueno. Yo miraba con particular aprensión un recinto más o menos ovalado, con olor a zapatería, denominado la botie, donde nos reuníamos noche a noche. Cuando Pierrot sacaba a bailar a Violeta, yo me creía perdido, pero ella prontamente demostraba que mis temores eran infundados; no bailaba con Pierrot la próxima pieza: la bailaba con cualquier otro o venía a mi lado a conversar. ¿Cómo agradecer tan delicados escrúpulos, tanta generosidad? No olviden que los celos –los ocultos y los evidentes- resultan odiosos; ejercidos por una persona sin ningún derecho, como yo, son del todo intolerables.
Para huir de mi preocupación recurrí a otras mujeres. A veces logré interesarme. Cuando Violeta bailaba, yo me decía que no debía seguirla con ojos de perro. Como hay que poner los ojos en alguna parte, las últimas noches miré con aplicación la piel del rostro, de las manos, particularmente de los brazos, de una tal Mónica. Estas cordobesas tienen manos y pies admirables. La misma noche que su marido partió a Buenos Aires, Mónica bebió un litro de champagne y me obligó a bailar con ella. Quisiera entender la irritación de Violeta ¿Proviene de su fastidio contra “la vulgaridad de la lujuria”, como ella pretende, o no es ilegitimo hablar de celos? Reflexioné: “Si tiene celos, trata de retenerme; si tiene celos, no es perfecta; si no es perfecta, si es una muchacha como otras, ¿por qué no me ha de querer un día?”.
Ahora no debo soñar, debo contar los hechos como ocurrieron. Por de pronto, en la temporada de Córdoba hubo algo más que agonía de sentimientos. Lo cotidiano .andar a pie o a caballo por las sierras, tomar sol y leer San Juan de la Cruz junto al arroyo, descubrir en el aire una fragancia- era prodigioso porque lo compartía con mi amiga. Este último verbo me trae recuerdos que prefiera a todas las sierras y a todas las llanuras del mundo; recuerdos de nuestro cuarto compartido, de ver sobre una silla, como algo corriente, una prenda de mujer, o la imagen de esa mujer cuando se reclina para quitarse las medias y sigue sus piernas con movimiento desganado.
Lamentablemente, a través de las noches, que había imaginado tan promisorias, la esperanza languidecía. También languidecieron los temores. Llegué a una conclusión evidente: si Violeta no cedía conmigo, no cedería con los otros. Por esta falta de temores y de esperanzas procuro explicarme la noche del 15 de julio. Nos creemos el móvil de cuanto ocurre.
El 15, a la hora del desayuno, hablando de cama a cama, Violeta me dijo:
-Hoy podríamos hacer una excursión con don Leopoldo.
-De acuerdo- contesté.
-Podríamos almorzar en las sierras.
A lo largo de la vida he comprobado cuánto agradan los pic-nics y toda suerte de meriendas campestres o, por lo menos incomodas, a las mujeres. Yo vuelvo de tales paseos con dolor de cintura, con dolor de estómago, con dolor de cabeza, con las manos sucias. Exclamé:
-¡Idea excelente!
La respuesta fue sincera. Un pic-nic con Violeta fatalmente dejaría buenos recuerdos. El norte de mi conducta, sobre todo cuando estoy con una mujer, es lograr abundancia y variedad de recuerdos, ya que éstos constituyen la parte durable de la vida.
-Yo me ocupo de las provisiones –declaró Violeta.
-Yo, de don Leopoldo y de los caballos –contesté.
-No te duermas, no sea que don Leopoldo se vaya con otros.
-¿Con otros? En el hotel no hay más que viejas momias y franceses maturrangos.
Diciendo esto último, yo minaba la posición de mis rivales. Me bañé y salí. En la esquina del almacén El pasatiempo encontré a Mónica. No estaba fea. 
-Mañana vuelve mi marido- anunció-. ¿Por qué no vienes esta noche a comer a casa?
Respondí con alguna zalamería y vaguedades para no comprometerme. Mientras proseguía el camino pensaba: “Me miman las mujeres, ando con suerte”. Don Leopoldo estaba en su apostadero. Le dije que deseaba alquilar dos caballos y le pregunté si él no nos acompañaría en la excursión. Arreglamos todo sin dificultad.
Cuando converso con don Leopoldo Álvarez me vigilo. Junto a este señor, el hombre de ciudad, tratando de decir muchas cosas rápidamente, gesticulando, descubre su fondo fantoche. Hasta la misma ropa nos condena. No sabíamos que la nuestra fuera tan flamante ni tan vulgar.
Cada uno montó en su caballo y, con el tercero del cabestro, nos dirigimos al tranco hacia el hotel. Interrogué a don Leopoldo sobre posibles paseos. Enumeró el cerro  San Fernando, la Mesada, el Agua escondida, el Agua escondida de los leones (pronunciaba liones). Nada más que por el nombre elegí el último.
Como don Leopoldo dio a entender que el paraje no quedaba cerca, expliqué a Violeta la conveniencia de partir inmediatamente. El tiempo es la manzana de la discordia entre hombres y mujeres. Qué talento el de Violeta para demorar. Un poco más de estas peleas y cabría la ilusión de que estábamos casado. No salimos hasta el medio día. Buena parte del trayecto corresponde a una senda estrecha, empinada, por la ladera a pique de una sierra. Don Leopoldo señalaba a lo lejos los tres Mogotes, el San Fernando, el Pan de Azúcar.
 Eran casi las tres cuando desmontamos, bebimos el agua de la vertiente de los leones, que nos pareció deliciosa, extendimos en el suelo un mantel, fijado por piedras, abrimos las canastas y almorzamos. Al sol no teníamos frío.
Los muchos años de la vida de don Leopoldo habían transcurrido en esa región de las sierras de Córdoba, y él hablaba como si allí cupiera toda la geografía, toda la fauna, toda la flora, toda la historia y toda la leyenda del mundo; la poblaba de tigres, de leones (que al rayar el alba bajaban a beber en la vertiente), de dragones, de hadas, de reyes, aun de labriegos. Por cierto, mi felicidad y mi desventura provienen de Violeta, pero homenaje al pobre viejo que nos condujo por lugares en armonía con nuestra alma aquella tarde memorable diré que mientras uno estaba con él podría creer que la vida y la dicha era cuestión de un poco de juicio.
Entrada la noche, llegamos al hotel. Dijo Violeta:
-Estoy tan cansada que no tengo ánimo para comer. Voy a meterme en cama.
Pensé que la sabiduría de don Leopoldo me hubiera recomendado no apartarme de Violeta, pero al examinar mis esperanzas perdí la fe. Acaso entendí que Violeta quedaba en lugar seguro y que en alguna medida yo me había comprometido con Mónica. Sin dar explicaciones partí a su casa. El frío, que en la tarde fue un estímulo para nuestra exultación, ahora dolió en la cara y en las piernas.
Mónica pidió que la ayudara a poner la mesa. Me pareció que jugábamos a vivir juntos (agradan estos juegos a un hombre que siempre vivió solo). De cualquier manera, ya fuese porque Mónica no me atraía mayormente, o por la botella de vino tinto que bebimos antes de comer, o por las que después corrieron, apenas guardo del episodio –recibimiento, comida, etc.- un recuerdo de confusión.
Al salir tuve una sorpresa: había nevado. Me encontré en un paisaje de nítida blancura, iluminado por metálica luz lunar. Debió de nevar un buen rato, porque todo estaba cubierto. Con increíble lucidez preví que el frío me despejaría, pero me equivoqué. No sé qué dormidera echó Mónica en su vino tinto. Del otro lado del arroyo, en las inmediaciones del almacén El pasatiempo, vi una casita que no tenía el acostumbrado letrero No se admiten enfermos, sino uno que entonces me pareció normal y que tal vez fuera (pienso ahora) una fantasía de aquel vino. El letrero rezaba: Fábrica de grutas. La demanda de grutas, ¿justificaba la proliferación de las fábricas por toda la República? Decidí que antes de irme a Buenos Aires trataría de ver nuevamente el letrero; debía averiguar si era real o si lo soñé.
Llegué al hotel, por fin. Creo que sólo estaba despierto para desear que Violeta estuviera dormida y no presenciara mi entrada. El deseo se cumplió. A la luz de la luna, que se filtraba por las entreabiertas cortinas del balcón, vi a Violeta, boca abajo en su cama. Me desvestí con gran esfuerzo y caí en la mía.
Desperté en medio de la noche seguro de que algo había sucedido fuera de mi sueño. Desperté como quien está drogado, como quien, bajo la acción del curare, siente y no puede moverse. Vaya uno a saber que tenía el vino que me dio Mónica. Otras veces bebí más, pero nunca me ocurrió esto. Después de un rato se entreabrió la puerta. El gigantesco Petit Bob penetró en la habitación, miro a un lado y otro, se dirigió hacia la cama de mi compañera, se detuvo un momento, se inclinó como si bajara desde muy alto, la tomó suavemente de los hombros, la puso boca arriba, se echó encima. No me pregunten cuánto tiempo transcurrió hasta que se levantó el individuo. Lo vi sentarse en el borde de la cama, sacar un atado de cigarrillos, prender uno, ponerlo entre los labios de Violeta, sacar otro, prenderlo para él. En silencio los dos fumaron los cigarrillos, hasta que el hombre dijo:
-Esta noche hay dos que lloran.
Oí, como si me lastimaran, la voz de Violeta.
-¿Dos que lloran?
-Dos. Uno es Pierrot, tu enamorado. Lo obligué a que me apostara una comida a que yo no estaría contigo esta noche. Espera afuera, en la nieve. Por lo que he tardado, sabe que perdió.
Oí de nuevo la voz de Violeta.
-Dijiste dos.
-El otro es ese que está en la cama y se hace el dormido, pero vio todo y está llorando.
Instintivamente llevé una mano a los ojos. Toqué piel mojada. Con el revés de la mano me tapé la boca.
Medio sofocado desperté al otro día. Mi primer pensamiento fue interpelar en el acto a Violeta. Debí esperar que la criada descorriera las cortinas, colocara las bandejas del desayuno, primero una y después la otra, llevara las toallas al baño, se fuera. Durante ese tiempo Violeta hablaba de que tuvo frío en la noche, de que se durmió temprano, de que no sabía a qué horas yo había vuelto, con tanta naturalidad –tan idéntica, por así decirlo, a la persona que yo siempre había conocido- que empecé a dudar. Tal vez porque no me atreví a interrogarla pensé que convenía aguardar el momento oportuno. Me figuré que descubriría todo cuando asistiera al encuentro de Violeta con Petit Bob. La observe implacablemente, disimulando la angustia, el encono, la amargura. No descubrí nada. No hubo encuentro. Violeta y Petit Bob se mostraron indiferentes y lejanos. No ignoro que después del amor el hombre y la mujer suelen rehuirse (lo que no impide que se quieran como animales a los pocos días); pero la verdad es que antes de la noche del 15 de julio tampoco se frecuentaban estos dos. Resolví tener una conversación de hombre a hombre con Pierrot; luego recapacité que por mucho que me hubiera distanciado de Violeta no debía hablar de ella con gente que yo despreciaba.
Ahora estamos en Buenos Aires. Ni siquiera averigüe, antes de venirme, si realmente había en el pueblo una fábrica de grutas. Cuánto daría, sin embargo, por saber que aquella noche todo ocurrió en un sueño provocado por el vino de Mónica. A veces lo creo y me repito que Violeta no pudo cometer esa enormidad. ¿Hubiera si do una enormidad? Por mi culpa –tantas veces le dije “Todo o nada”-, ceder conmigo hubiera significado abandonar al marido y a los hijos; pero en medio de la noche, un amor con ese hombre quizás no tuviera para ella mucha importancia, fuera un hecho que luego se daría por no ocurrido. Indudablemente, yo lo entiendo de otro modo, pero no soy parte en el asunto. 

lunes, 28 de julio de 2014

Tus ojos-planeta




Estar frente a tus ojos es, indiscutiblemente, en-frentarse a dos negros y distintos planetas. 

El primero: un planeta de gente honesta, la complicidad del tiempo compartido,
del tiempo libre junto a ti.
Un planeta que sólo quiere vivir de quererte, de prolongar esos pocos segundos de quietud del espíritu socialmente cohibido.
Los habitantes de tu planeta izquierdo trabajando para no dejar de localizarme; gritándome desde tan lejos: -¡Bésame!- y luego recriminándome: -no perviertas esta amistad... la noche de tus ojos-.
Un planeta de viento cálido, donde los habitantes nunca duermen, donde el sol nunca sale...
"la eterna noche de no saberme correspondida".

El segundo: un planeta de verdes paisajes.

La naturaleza de tu ser constante, valiente, contentísimo.
El desierto       y          la selva,
las serpientes     y          los osos polares,
el arco iris         sobre       el mar,
los altares           de         piedra,
laS MONTAñas,
los                                     abismos.
Ecosistemas volátiles, mutaciones. El eterno equilibro.

Desde aquí, cuando me miras, tu ojo derecho es una noche de aurora boreal.

O también, un sol radiante de atardecer de Suba, 
                                de atardecer reflejado en la Laguna de Suesca. 


No obstante, estar frente a tus ojos es, imperdonablemente, enfrentar nuestros ojos-planeta.

Aquellos, un espejo. Tu, mi frase escrita.
La conjunción.
Lo innecesario de verbalizar la explosión universal en nuestros ojos.
Esto escalofriante, esta espalda crispada cuando tus dedos tratan de acariciarme.
Este sudor en las manos...
Este reconocerte que se volvió tan necesario. 
.
.
.

Esto que escribo es lo que siento cuando te pienso, o lo que pienso cuando te veo y no soy capaz de decirlo. 



miércoles, 16 de julio de 2014

1:00 a.m. – 4:00 a.m.

I

Las sombras asistemáticas
de los lánguidos seres nocturnos
que aun no llegan a sus casas
recorren silenciosas los caminos
de una ciudad adormecida

Borrachos e indigentes
empleados trasnochados
y conductores enloquecidos
por semáforos invisibles

Pequeños globos eléctricos
ojos de luz perpetua
observan el pausado caminar
de aquellos que no se quedan

Largas calles de silencios profundos
límites difusos ahora inexistentes
la quietud de lo que pocos perciben
el frío próximo a la madrugada 


II

Las aceras-dormitorios
aceras-inodoros
aceras-caneca
aceras-multiusos infinitos
poseen la capacidad
para quien conoce
de contar la historia secreta
de aquella historia que se acuesta
en las más altas aceras

La oscura sima
es coronada
como señorita Calle
como habitáculo extremo
como Maelström interminable
por aquellos seres nocturnos
conocedores de los herméticos secretos
del bachiller enverdecido
y su teniente maricotas

Es la vía oscurecida
el antiguo libro abierto
del verdadero sabio-loco
indigente, drogadicto
reciclador entregado
bibliotecario de la miseria
agudo telescopio que hiere
las embusteras bases
del Estado ‘bienhechor’


III

Si Rulfo,
oigo ladrar a los perros
hacer escándalos
exhalar furioso celo reproductivo
violenta ira sudorosa
adrenalina que tensa el aire
que alerta los sentidos
que estimula los reflejos

Si Rulfo,
oigo ladrar estas jaurías
de perros callejeros
Ya no quedan transeúntes
las historias dormitan
bajo millones de estrellas
de brillo borracho y perdido

Ya no quedan sobresaltos
ratones descarados esculcan
tu basura, mi basura
todos-nosotros-basura

Gatos muy astutos cazan
a aquellos ratones descarados
que esculcan nuestro
ser-basura

Y los perros rabiosos espantan
a los gatos astutos que cazan
a estos ratones descarados que esculcan
 en nuestra identidad secreta

IV

Trina la primera ave
con voz de diez mil alfileres
y sus congéneres responden
rasgando con filosos decibeles
la tela negra y silenciosa
de la pesada noche


Anuncian con perturbadora alegría
la hora previa
la última hora oscura
previa a la fría coronación
del supremo y magnánimo
dios Sol

viernes, 4 de julio de 2014

Entendimiento

Deseo verlo todo
con absoluta y diáfana claridad
para poder entender así
la lógica demoniaca
que se esconde
en las entrañas
de este puto mundo
Y someterlo sin piedad
al magnánimo mandato
de mi voluntad enardecida
alimentado por los más profundos miedos
de aquellos seres
frágiles y engreídos
que se dicen humanos
De esta forma
finalmente podré deshacerme
de la terrible tristeza
que me acongoja
me corroe
y me humilla
día a día
en secreto
como un parasito
devorador de universos
Desde el sol de hoy
promulgo
que la venganza de los pobres
los torpes y los ignorantes
los aburridos y los caídos
SERÁ TERRIBLE

viernes, 13 de junio de 2014

Lo que aquella es (yo).

Es aquella, una pasión por escribir, la que me mueve,
la que me quiere llenar y destrozar; es mágica, sublime,
entra y esta de salida tan repentina que a veces ni la encuentro.
Tampoco es necesario buscarla, solo la uso, es feroz, me penetra el corazón y me saca cada estigma, cada ración de sentimiento, lo empolva, lo pule y lo expone, lo maltrata a veces.

Hace que camine y vuele sobre mí misma, 
hace que me vea reflejada en la dulzura de otros abrazos,
cada letra impulsa este aparatito bombeante, latente, cada anónimo, cada parsimonia cobra vida y lucidez.

Se trata de algún tipo de karma.
Escribir con polvo.
En el aire, con la tinta de la noche,
correr frente al viento,
acalorar al sol con la mirada perdida y sufrir la soledad acompañada de las estrellas,
seguir el rumbo perdido de las auroras,
y dentro de una multitud de gotas,
la lluvia de tus ojos.

Me encuentro sentada al borde de mi ser,
quemando ese intruso que lucha por salir y gritar tu nombre.
Tal vez sea hora de dejar de pensar,
quizás sea necesario algún tipo de despertador portátil,
algún aviso continuo del resto que me incurre bajo los rieles de este tren del tiempo.
Camino lento y expulso de todas las formas posibles mi sentir,
exorcizando hasta el momento más puro.
Después de todo, no podría imitar el placer de olvidar sin presenciar hasta lo más doloroso.

Escribir sin manos, sin dedos, sin pluma,
escribir en el aire, sin mente, papiro o pergamino,
escribir libre, soñadora, hábil,
escribir haciendo que así como los versos, los lamentos fuesen invisibles en el imaginario tapiz.
Escribir y que cada palabra dé cuerda a una red de siluetas imposibles de alcanzar,
como odas y ráfagas de pasión.

Es aquella una pasión que parece perderse en el tiempo,
hundirse,
como si ya hubiese sido suficiente, aunque no lo quisiese así,
simplemente volar escribiendo –o escribir volando- es mi arte más puro, mi cadencia más profunda y mi sueño más probable.

miércoles, 11 de junio de 2014

Reflexión a una mañana soleada



     Son quizás las ganas de no hacer nada a la larga. De extenderse bajo el sol que acaricia los prados y dormitar allí hasta que la fría brisa que precede la lluvia me despierte. Es quizás la alegría que me genera ver las nubes pasar lentamente, como monumentales navíos de un mar que tiende hacia el infinito (literalmente).O quizás son estas ganas de admirar el contraste de todo el conjunto natural, como una gran acuarela que se extiende ante mis ojos y que incluye unos preciosos arboles cuyas hojas brillan radioactivamente cada vez que el sol las atraviesa con sus poderosos rayos del pasado. Las nubes siguen pasando y yo lo admiro todo desde la distancia, a través de un vidrio de cuatro metros que me separa de todo lo que quiero, del tiempo libre con que sueño.
     Son quizás también las cosas  malas las que me impulsan a escapar mentalmente del trabajo. Es quizás el sujeto que está en diagonal a mí, con su monumental nariz, sus ojos grandes, sus cejas pobladas, su peinado ridículo y su extraña barba, todo ubicado en un cráneo desproporcionadamente pequeño y puesto sobre un cuerpo escuálido y alargado. Quizás no sea su morfología de árabe famélico, sino sus movimientos, o más bien sus actitudes delatadas a través de sus movimientos. Cuando este sujeto llegó a sentarse en el computador en el que trabaja ahora, sacudió el teclado para sacarle todos los desperdicios que allí se acumulan. Luego, con una hoja de periódico, botó los residuos de piel muerta y residuos que habían caído del teclado en la mesa de trabajo. Acto seguido sopló la mesa y el teclado para finalmente ponerse a trabajar.
     Una actitud así de psico-rígida  me exaspera muchísimo. No puedo concebir personas que sean tan meticulosas, controladoras y obsesionadas con detalles tan minúsculos del existir.
      Son quizás esas razones, la meticulosidad y la rigurosidad, por las que no puedo soportar a las personas estudiosas. Buscan el control máximo por medio de la rigurosa planeación. Todos y cada uno de los elementos de su actividad intelectual deben estar subordinados a una planeada racionalización de sus actos. Los tiempos, la hora de lectura, hora de inicio del estudio, hora de la escritura, momento para el tinto, pausa activa y regreso al trabajo. El espacio de trabajo también está organizado con esmero y detalle. No puede existir libro o papel fuera de su sitio, todo está ubicado milimétricamente de forma organizada para no estorbar. Justamente mientras pienso esto el joven árabe realiza su pausa activa y se come una barra de arequipe con chocolate y maní.  
     Esta gente me saca de quicio.
    Regreso pues a mi labor contemplativa y procrastinadora. Vuelvo a elevar mis ojos hacía el pedacito de cielo que me es regalado y contemplo como las nubes siguen su camino con tranquilidad. Una par de golondrinas vuela alrededor de las copas de los arboles, casi como intentando seducirlas para que salgan a volar junto con ellas. Mucho más arriba, pero no tanto como las nubes, pasa una bandada de patos canadienses que justamente para esta época regresan del frío que empieza a azotar las tierras del norte ¿O están llegando? Para ser sincero no se qué estación debe ser arriba o abajo. Simplemente sé lo que son y sé lo que buscan, un lago lleno de plantas acuáticas y pequeñas alimañas que les sirva de hábitat mientras cumplen sus ritos de cortejo y apareamiento.
     Ahora las nubes se empiezan a arremolinar en lo alto del cielo. Como lo predije en mi visión somnífera, pronto vendría el viento de lluvia. Más tarde, la llovizna y por último, la granizada. Respiro hondo e intento sentir el aire frío que se mueve afuera de este recinto. A pesar de no tenerlo en mi rostro puedo sentir el viento por pura sugestión, por pura provocación psíquica, por puro deseo de ser libre, en la tierra, en el cielo, como las grandes naves de vapor acuoso que son las nubes. Libre, como el frondoso árbol que deseo ser luego de morir.