Gonzalo Arango
El sueño de mi vida nunca fue la belleza sino el poder,
Y no un poder cualquiera. ¡El Poder Absoluto!
No rendir cuentas a nadie, a nada, más que a la grandeza
misma.
Porque soy débil aborrecí la debilidad en los hombres y en
la historia, y sólo me rendí reverente ante las fuerzas
cósmicas de la naturaleza.
Sé que no alcanzaré el éxtasis ni legaré a coronarme en el
trono de los despotismos por culpa del santo temor que me
inculcaron y que me convirtió en sacristán de Dios,
mendigo de los fantásticos festines de la gloria.
No viviré bastante para la nostalgia del poder y las
lamentaciones del infortunio e crearme un destino a base
de amontonar palabras.
Soy cada día este cadáver que desaparece bajo un torrente
de babas, ruidos agónicos y destilaciones de una enfermedad
que sofoca al Monstruo de mi alma.
Perdido para este mundo y para Dios.
Mi vida es hoy una fortaleza saqueada, la sustancia
viscosa, hediente, que emana del cadáver de mi gran sueño
del Poder.
Me sobrevivo como una babosa en su repugnante
humeada, y todo se precipita para cubrirme de irrisión,
para que no aspire más esas ígneas fulguraciones donde
los elegidos han forjado su grandeza exterminadora, el
estremecimiento de los cielos.
Para vengarme de esta migaja de ignominia a la que he
sido condenado, ejerceré el terror, contagiaré la peste,
irradiaré mi enfermedad a todos los vientos desde el falso
trono de la poesía.
Aun más, disfrazaré mi piedad con la horrible máscara del
tirano y dictaré un decreto:
Y no un poder cualquiera. ¡El Poder Absoluto!
No rendir cuentas a nadie, a nada, más que a la grandeza
misma.
Porque soy débil aborrecí la debilidad en los hombres y en
la historia, y sólo me rendí reverente ante las fuerzas
cósmicas de la naturaleza.
Sé que no alcanzaré el éxtasis ni legaré a coronarme en el
trono de los despotismos por culpa del santo temor que me
inculcaron y que me convirtió en sacristán de Dios,
mendigo de los fantásticos festines de la gloria.
No viviré bastante para la nostalgia del poder y las
lamentaciones del infortunio e crearme un destino a base
de amontonar palabras.
Soy cada día este cadáver que desaparece bajo un torrente
de babas, ruidos agónicos y destilaciones de una enfermedad
que sofoca al Monstruo de mi alma.
Perdido para este mundo y para Dios.
Mi vida es hoy una fortaleza saqueada, la sustancia
viscosa, hediente, que emana del cadáver de mi gran sueño
del Poder.
Me sobrevivo como una babosa en su repugnante
humeada, y todo se precipita para cubrirme de irrisión,
para que no aspire más esas ígneas fulguraciones donde
los elegidos han forjado su grandeza exterminadora, el
estremecimiento de los cielos.
Para vengarme de esta migaja de ignominia a la que he
sido condenado, ejerceré el terror, contagiaré la peste,
irradiaré mi enfermedad a todos los vientos desde el falso
trono de la poesía.
Aun más, disfrazaré mi piedad con la horrible máscara del
tirano y dictaré un decreto:
Yo
Gonzalo Arango
tirano del mundo
me sentencio a la
PENA CAPITAL
de pasar la vida
frente a una máquina de escribir
escribiendo
la palabra MIERDA
por los siglos de los siglos de los siglos.
Gonzalo Arango
tirano del mundo
me sentencio a la
PENA CAPITAL
de pasar la vida
frente a una máquina de escribir
escribiendo
la palabra MIERDA
por los siglos de los siglos de los siglos.
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