La identidad se ha fundido en el
mar de la mediocridad contemporánea. El hecho de ver en perspectiva, de observar
por sobre la paupérrima realidad en la que se vive no es ninguna señal de
genialidad; más bien es la puerta a la más afanosa desesperación. ¿De qué sirve
estar consciente de la miseria actual si no se puede hacer nada? Aun más ¿De
qué sirve conocer las conductas negativas, las enfermedades del alma, si uno no
puede combatir contra ellas? Sojuzgado, casi que destinado a ser víctima de
todas esas cosas que son más grandes que uno. Las condiciones sociales, económicas,
políticas, comunicativas que condicionan nuestro comportamiento más allá del
plano de la consciencia, que sobrepasan nuestra minúscula racionalidad y
voluntad.
La voluntad es la capacidad individual
de controlar los aspectos de la vida. ¿Todos los aspectos? No, solamente
aquellos a los que tenemos acceso racional y sobre los cuales nos podemos empoderar,
por medio de la misma voluntad o a través de herramientas. Nada más. Con
voluntad no podemos controlar nuestro metabolismo, por más que sepamos la forma
en la que funciona; a menos que tengamos a nuestra disposición las sustancias y
los elementos que nos permitan accionar sobre este. Con voluntad no podemos
aniquilar a las corporaciones, por más que sepamos la forma en la que dominan
el planeta; a menos que construyamos una colectividad con una voluntad común.
Por desgracia, la voluntad sin
herramientas es lo mismo que las herramientas sin voluntad. La sociedad contemporánea
pone a nuestra disposición la totalidad de herramientas de manera casi que
gratuita, pero nuestras voluntades han sido debilitadas de tal manera que no
tenemos fuerza si quiera para levantarlas.
No levantamos nuestro culo de
este parsimonioso estado de ‘bienestar’. Esta comodidad arreglada. Este 'Mundo Feliz'.
Abulia.
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