viernes, 29 de agosto de 2014

El tamborilero endemoniado

El golpetear de una caja sonora
que se aloja en el rojizo estomago
(lleno de ulceras,
acides,
llenura,
comunismo-ateo,
y otros males
contrarios a las buenas costumbres)
anima los pedalazos
de un ciclista sin brazos
de una actriz sin libreto
de una mujer traicionera
de unos payasos tristes
que recorren borrachos
las húmedas calles
de esta ciudad
donde nunca para de llover.

Algunos seres diurnos
niñas de bien,
amas de casa,
trabajadores oficiales
y disciplinados empresarios
 se esconden
con inquieto nerviosismo
cuando escuchan
 la veloz aproximación
del tamborilero endemoniado.

Y es que esta calavérica bicicleta
grita con descaro
a las ocho dimensiones
la necesidad imperante
de un cambio de aceite,
un ajuste de cadena
y un balanceado elegante.

Y es que esta cadavérica bicicleta
mira con desprecio
a los taxistas afiebrados
que roban con descaro;
a los automóviles no-conducidos
que se llevan el mundo por delante;
a las busetas atiborradas
de almas cansadas y en pena;
y a los caminantes subacuáticos
que comen asfalto con aguardiente.

Y suena un traqueteo
en lo profundo de la noche.


Es el tamborilero endemoniado
montando su cicla calavérica-cadavérica
con el corazón en una caja
golpeteando un ritmo de cumbia psicoactiva,
de bolero triste,
de salsa sin cadera
que llora cada que baila
que ríe cada que cae
que dialoga cada que bebe
que calla cada que teme
que vive cada que olvida. 

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