Soy un pobre diablo sin nada para
ofrecer. Mi vida es tan aburrida que inclusive me aburro conmigo mismo. No
tengo dinero ni carisma. Vivo a expensas de mi madre, no tengo energía para
emanciparme y cuando estoy solo no hago nada interesante. Disfruto de cosas tan
triviales que difícilmente pueden generar empatía y mucho menos emoción: ver
cómo crecen las plantas, salir a montar bicicleta despacio, mirar las nubes,
fumar marihuana y
dejar que la inconsciencia conduzca la mente. Dibujar
mamarrachos al margen de las hojas de papel, o escuchar música extrañamente
calmada o parcialmente enérgica.
No puedo dar nada. Nada de
seguridad a futuro, porque mi vida es una ruta sin planes; nada de emoción a
presente, porque mi vida es un auto sin motor. No hay nada en mi existencia que
pueda suscitar la más pequeña chispa de pasión, sensualidad o cariño. Soy
gracioso al instante porque es la única forma de blindarme contra las personas:
sé que lo están pasando bien, que no se van a aburrir, pero no estoy
estableciendo ninguna relación profunda con ellas. Es la distante cercanía del
payaso, la ilusión de empatía, un acto de divertido escapismo.
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