viernes, 3 de agosto de 2012

Mujer espera: Andenes diluidos antes de existir



Subterráneo. El suelo está húmedo, el frío se mofa de mis rodillas temblantes y espero, espero por esperar. Ni trágica, ni comedia, el tren avisa que la próxima estación no apresura, miro las manecillas, me fumo una gota de lluvia y muerdo mi labio derecho. Un señor se acerca, Señorita, compreme a mi, compré la lotería, la suerte de su lado puede estar. Lo miro para que lo piense, con estos ojos ¿En qué suerte se puede creer?, suerte de existir, suerte de divagar, suerte de apartarse, suerte de esperar por esperar, suerte de que no existe suerte, suerte de que borré la suerte, suerte de que no debería venderse la suerte, suerte de qué, suerte sin suerte, dígame mujer sin suerte, sonríale a la suerte sin mujer. Me jodo, me muerdo la uña y camino al vagón. Mi luna se hizo pastilla, mi sol alcohol para no beber y estrellas no cuento, mis estrellas parecen prosa. Tengo veinti tantos, me repito que las callecitas no calman el malestar de la inconsciencia, pero dando por sentado que nadie tiene pies fijos en el asfalto, me encargo de masticar una hierbita medio sosa que me regaló el césped de un jardín ajeno. El del quinto piso me contó que yo no estaba, que no me encontraba, que me timbró como tres veces y como que me le perdí a la doña para que no cobrará. Yo le dije que sí estaba, que aun no me encontraba, que timbró dos veces con un pedacito de tercera y que esa doña me iba a sacar. Con el descaro de un gato sin pelos me dijo que tomáramos vino, por mí me lo tomaría a él, pero no está hecho de frutas y me produce pesadez siendo la hora del desayuno.
Aveces pienso, mujer, te vas acostumbrando a andar por el filo del silencio, contagiada por el susurro colorido de un teléfono con marcación de doble tono, como pitido de araña agarrada a la cama. Y de qué voy, si el billete me sale más caliente que las carcajadas, me tomo la palabra para decir que menosprecio cuándo los extraños se me acercan con cara de amistades, pero solo para hablar entre ellos de trivialidades como la modelo de una novela que a sus buenos cincuenta olvidarán por tener patas y hasta alas de gallo. Me pregunto que será de toda esta juventud, si no me la calzo en este instante. ¿Serían mis años latas vacías?
Las historias repetidas hablan de amar y vivir, le suelen contar el cómo de los porqués y barajan despacito con sutileza bandida que su alegría es un montoncito de nada asegurada, con berridos de bebé, esposos en corbata con secretaria incluida, un perro pequeño ladrándole a la vecina y un vestido descolgándose de las estrías mientras prepara la cena. Yo probé esas líneas, pero no me convencía amarrarme como bota de soldado antes de combate, me veo, me huelo, me tacto y no me siento como el guión de una tarde de Lunes.
Aprendí a caerme de lado, para que los golpes no dejarán moretón; debo muchos pesos a la doña, pero le debo más besos a esta boca. A los que esperan nunca les llega el tiempo, eso me lo repito, que no me llegue la pesadez arrugada, sin antes elegir llenarme con videitos de un pasado, que no se me caiga el pelo y las canas me aclaren, ya que mi razón no depende de mi coraza, pero si de cierto placer por ver una silueta fresca.
Tengo un sofá para apoyar mis tobillos cuando llueve y es lo que importa en este instante, no se me hacen hielo los dedos y mañana el reloj marcará la misma hora, con un día adicional.

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