Todo se llena de polvo. Es quizás
la mejor forma de ilustrar el paso del tiempo, el abandono. Las diminutas
virutas de tierra flotan por el aire, imperceptibles, mientras suaves
corrientes de aire las arrastran a través de un mundo caótico. Corrientes de
aire tan minúsculas como la de un dedo al moverse o un bebé al respirar…
corrientes de aire tan poderosas como la de una tormenta en medio del Pacifico,
como la de un tornado en Kansas.
Y allí, en medio de esos contrarios flujos de aire, están las pequeñas partículas de tierra y polvo. Aquellas que se refugian y se amontonan en los cuartos sellados y olvidados,
esas que aparecen cuando la vida termina; esas, las virutas de tierra que se
amontonan en mis parpados, que los cierran y me hacen recordar el placer de
estar dormido, de haber sido olvidado.