Una pobremente argumentada apología a la violencia
El mundo está mal y lo sabemos.
Pero ¿Cómo cambiar verdaderamente el modelo económico y político del planeta?
Desde hace muchos años se ha dicho que la educación es la solución, y vea,
seguimos en las mismas. Los activistas creen firmemente en la acción popular,
en las manifestaciones, en el trabajo local; y vea a donde nos han llevado las
marchas y los plantones. Otras personas, menos abiertas al dialogo, creen que
es la violencia (legitima o no) la única que nos puede traer un cambio, y vea
las barbaridades que han hecho.
En lo personal creo que todos
están orinando fuera del tiesto, aunque los últimos se acercan mucho a la
verdadera solución. ¿Violento? Si, quizás un poco. Pero veamos el problema con
atención.
El sistema económico y político
es muy grande como para que un simple mortal venga a cambiarlo de la noche a la
mañana. Sin embargo es evidente que este cambio es necesario y es urgente. Para
dentro de algunos años el planeta no va a dar a vasto y será imposible
sustentar la especie. El capitalismo nos ha hecho sus esclavos: las
generaciones son cada vez más estúpidas y la tecnología va aumentando su
dominio año tras año. Ayer fueron los teléfonos inteligentes, hoy la ingeniería
genética y que alguien se apiade de nosotros para mañana. Razones sobran para
argumentar la necesidad de un cambio.
Ahora bien, haciendo un recorrido
concienzudo de la historia de la especie humana, es apenas evidente que es el
ejercicio de la violencia el que determina no solo la configuración de los
Estados modernos, sino la misma condición de la vida biológica. Violencia en
todos los sentidos: tanto física como simbólica. Por eso es que mi propuesta
consiste en hacer uso de esta violencia para salvar este mierdero. Y propongo
que sea violencia de la de verdad, de la que sirve, de la de bombas y pistolos.
Seguramente a este punto las
mentes más pacificas de nuestra sociedad ya habrán pegado el grito en el cielo.
Pero les digo, no se afanen. Aun queda más para leer y un poco por reflexionar.
Siéntense y lean con atención.
Ahora bien, la tesis del problema
reside en responder de manera correcta la siguiente pregunta: Entre un mugroso
hippie vegano y un mercenario bien entrenado ¿Quién podría aportar más en la
construcción de un mundo mejor? Por razones obvias la mayoría de personas respondería
que el hippie es la persona más adecuada, ya que en él están los valores de la
tolerancia y el respeto necesarios para una convivencia en armonía con el medio
ambiente y con sus congéneres.
Suena la bocina, la respuesta es
incorrecta.
¿El mercenario?
Si, el mercenario. Para construir
primero hay que destruir, y si de destruir se trata, un mercenario es la mejor
opción. Más aun teniendo en cuenta que no es cualquier florero viejo el que hay
que romper, sino un complejo y repúgnate sistema económico y político que lleva
décadas arraigado al planeta.
Cuando la infección es fuerte, el
antibiótico debe ser más fuerte.
Pongamos un ejemplo: Hay una
manifestación en Europa (o cualquier parte del mundo) porque el FMI (O cualquier
entidad de control) se los está culiando a todos. Miles y miles de personas
indignadas y conscientes del problema se unen en una voz para demostrar su inconformidad
frente a las medidas. Las fuerzas del orden arremeten contra los manifestantes
y empiezan los disturbios. Hay heridos por parte y parte, pero a la hora de la
verdad no se logró nada, las leyes siguen jodiendose a la gente y los poderosos
siguen arriba. En otras palabras, lo que sucedió fue un derroche de violencia
gratuita, completamente insubstancial y sin ningún efecto tangible.
Las personas indignadas ahora
hacen un plantón frente a la sede del banco (o la empresa o el gobierno) para
exigir que su voz sea escuchada. De nuevo sucede lo mismo, llega la fuerza del
orden, los ánimos se caldean, hay violencia, muertos y heridos, pero ganan el
organismo mejor equipado y entrenado. La policía ratifica a través de la fuerza
la dominación de ese puñado de cerdos manipuladores que están arriba.
Al final del día el hippie llora
de impotencia, el policía descansa en su casa con su familia (y su mente
perturbada) y el político, el banquero y el empresario disfrutan del mejor
champagne del mundo mientras planean cual será su próximo golpe para quedarse
con todo. Recordatorio rápido: ni los políticos, no los banqueros ni los
empresarios tienen alma.
¿De qué sirvieron las pancartas, los trinos, los posteos y
las arengas del hippie? De nada. Igual lo hirieron, igual se crearon leyes para
joderlo, igual va a salir perdiendo.
Ahora visualicemos el panorama
con un grupo de mercenarios contratados específicamente para una misión: asesinar
a sangre fría a todos los cerdos
involucrados con la medida diseñada para joder a la gente y destruir cualquier
soporte físico o virtual de la ley. El mercenario no tiene nada que perder, ha
entrenado y está perfectamente equipado, además para eso le pagan, para matar.
Al final del día el mercenario
está fuera de las fronteras del país, el hippie ahora puede concentrarse en la
construcción de sus descabelladas utopías, y el banquero, el político y el
empresario están donde deben estar. Imaginen eso multiplicado por mil, bombas
en Wall Street, en Frankfurt, la Casa Blanca ardiendo, la sede de Naciones
Unidas en ruinas… el más bello inicio para un mundo mejor.
En conclusión, es más útil un
mercenario que un maldito hippie vegetariano progresivo e intelectualioide.
Oigo los aplausos y los gritos de
júbilo, pero también las voces de exaltación e indignación.
Muchas personas creen que es la
responsabilidad del ser humano, como animal dotado de inteligencia, lenguaje y
cultura, cambiar el modelo bajo el cual se ha regido la historia de la vida
desde sus principios. Crear una sociedad justa, en el que no sean los viles
instintos los que nos dominen sino la tolerancia y el respeto por los derechos
humanos, en donde todos los seres humanos puedan lograr la plenitud, en el que
no sea necesario el asesinato de animales inocentes para asegurar la
subsistencia alimentaria de la especie, en el que la tecnología esté al
servicio de la salud y el bienestar, en el que la democracia sea directa y
efectiva, en el que nuestra existencia pueda desarrollarse en armonía con la de
los demás seres vivos. En fin, el paraíso en la tierra. Y claro, comparto esa
visión, pero no se puede negar la olla de inmundicia que tenemos en frente.
Nada va a cambiar hasta que el modelo actual sea completamente destruido.
Y si no tengo razón, ¿Dónde están
los hippies cuidando a este rinoceronte blanco? Porque lo que veo en la fotografía
son guardabosques bien armados y entrenados y no un puñado hippies bienintencionados
con pancartas pidiendo el favor. Jaque mate. Si de verdad quieren cambiar al
mundo hagan las cosas bien: métanse al Ejército, entrenen fuertemente,
cómprense unas buenas pistolas y cárguense un puto banquero o un asqueroso político.
Créanme, la humanidad entera se los agradecerá.
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