Luego de varios
minutos de melancolía, S se pone de pie, sacude su camiseta y sale de la
habitación cerrando la puerta tras de sí. En el suelo, aún quedan pequeños rastros
de su asfixiante tristeza y sobre la cama, cuatro inexpresivas figuras de cera.
Sin musitar palabra S se marcha de ahí, simplemente para evitar hacer el
ridículo.
Después de tanto
tiempo, S podría auto-denominarse como curado, pero el enunciarlo haría de él
un mentiroso. El infecto sentimiento carroñero aun corroe sus frágiles
entrañas.
Agotado se
sienta en la banca de un parque solitario. No puede evitar pensar en Sábato.
Los parques, la ciudad, la paranoia, la pesada tristeza. Cierra los ojos e intenta combatir
el extraño mareo que lo ataca después de realizar caminatas largas; en este
caso, después de haber huido.
Sobre sus poros
transpirantes cae una minúscula gota de lluvia. Abre los ojos y las dinámicas de
un nuevo mundo se revelan ante él. Todas las pequeñas cosas del universo dando
y recibiendo energía, conectándose unas con las otras según la naturaleza de su
espíritu. Las briznas de pasto arraigándose en la tierra, absorbiendo el agua,
los minerales, creciendo hacia el sol. El ladrillo compenetrado en el más duro
cemento, las minúsculas rocas rojas que se escapan del todo para ser
pisoteadas, trituradas, multiplicadas y transformadas en polvo. Los guiños
imperceptibles, el juego de tensiones que se mantienen en continuo cambio.
Contactos de milésimas de segundo, roces casi imperceptibles, transmutaciones
de energía, esparcimientos, agrupaciones y repulsiones.
La mierda que
pisa S, que se extiende en el área de la suela, que hiede en su nariz. El
evento desafortunado que simplemente hace parte de las atracciones energéticas
de su –triste, miserable y desencantado-
ser.
Mientras S
limpia su zapato contra el borde de un andén piensa con detenimiento sobre esa
nueva perspectiva de mundo perceptible. “Así mismo funcionan las personas” dice
mientras sacude con violencia el pobre zapato azul “Aquellas llamas que vio el
viejo desde el cielo, solo que estableciendo relaciones lógicas entre ellas.”
Se detiene por un momento, mira con detenimiento el zapato que aun tiene mierda
entre los delgados surcos de la suela “Miento, no son relaciones lógicas. Son
todo menos eso, son lazos de emotividad y energía”
El pie de nuevo
dentro del zapato. Violentas sacudidas y el deber de continuar la huida, la
caminata hacia su refugio. El tema de las relaciones energéticas lo tiene
imbuido “Entonces yo vengo a ser un tótem, en mi convergen no las energías,
pero si las extensiones, las continuaciones y reminiscencias de las energías
personales” Su ritmo es firme, sus pasos son largos, su razonamiento se deshace
de conjunciones, de vacíos semánticos “Tótem silente de energías ajenas, árbol solitario,
milenario. ¿infección mental?” Casi esta trotando, respira fuerte, su corazón
esta exaltado, la llovizna cae uniforme y él se la lleva por delante “Metaestructuras no-lógicas, conductas erróneas, intentos agónicos de supervivencia,
desconexión…” Llega a la esquina, frena en seco y se resbala. Tambalea, se
agarra de un árbol, cruza la calle y continua “¿Problemas de índole psicoanalítica?
¿Errores de crianza? ¿Frustraciones inconscientes? Terrenos inexplorables para
esta conciencia. Terror de no poder transformarse. Miedo y muerte.”
Finalmente S se
detiene en seco frente a la puerta metálica que es su hogar y refugio. Saca unas
llaves dobladas y abre. Un sonido de oxido y tiempo rechina en la sala
desocupada. Entra y se dirige a su habitación, en silencio y con la mente en
blanco, aparentemente tranquilo. Abre su rota puerta de madera y se sienta al
borde de la cama. Mira a su derecha y ahí están, estáticas, sobre su cama, cuatro
inexpresivas figuras de cera.
Llora, y sus lágrimas
son pequeñas astillas que le hieren los ojos, que se pegan a su camiseta, que
se esparcen por todo el suelo. "Que reguero" Una vez calmado y en silencio, S se marcha de
ahí, simplemente para evitar hacer el ridículo.