sábado, 26 de mayo de 2012
El gesto ininteligible
Eterna aquella luna cortada a la mitad, que en un acto desesperado buscó una soga para colgarse y atrapó la vista de muchos espectadores que acosándola con su mirada aún esperan a que se reduzca a una estrecha línea de luz. Efímero aquel instante de ruptura entre razón y demencia experimentado por el séquito de malditos en la 26, todos acá todos allá, gritos, gemidos y sonrisas minimizadas a cada dos milésimas de nada.
Acongojada e inútil trasncripción de afecto, que entre mil letras y diez mil trazos equivalieron a la misera pisada del mosquito en arena tibia. ¿Dime, porque ahora la amapola me sonríe pícaramente?
Los pies se desestabilizan cuando muerdes el techo ¿Que haces allí arriba? Recuerdame alcanzándote una aguja y un limón, perforándote los poros, desapareciéndote en mí.
Absurda la mujer que abrió sus piernas para introducirse lentamente el sinsabor de la bajeza, rasgando sus fibras rosaditas, mutando en un objeto insustancial.
Saboréame. Tócame. Tírame. Saboreémonos. Toquémonos. Tirémonos. Todo en nada, nada para mi todo.
La salida está cubierta, cubierta por un mendigo que con costal de oro busca su basura.
Basura, basurita, quiéreme mientras te vuelvo trocitos.¡Qué tarde! ¡Qué triste! Nos olvidamos de contar con la ausencia.
Eso, colocaré palabras complejísimas para que duela leer... No engaño, no me gusta la complejidad, prefiero las latas de atún en la nevera, pintadas y pútridas, te prepararé una deliciosa cena.
Feliz mi inapetencia, que consume mis carnes pasadas de cuerpo, que devora lamiendo el ombligo de mis tobillos y la coherencia de mis textos.
Cianuro y cicuta, pócima formulada para los dientes, limpieza inmediata de cualquier sensación de suciedad, venta libre y sin medicación.
No más que la voz entre mis labios estorbando entre tu lengua y aliento, déjame invadirte con delicadeza.
Uno, cuatro, doce... Las calles en la ciudad se rocían con saliva cálida ¿Puedes enseñarme a caminar sin tropezarme de nuevo con tu rechazo visceral?
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